La Antioquia “grande y altanera” – que cantó el poeta de la raza, Jorge Robledo Ortiz – en verdad existe y tiene hitos muy claros que han marcado la historia de esta próspera región, de la que todo lo que se diga suele sonar a exceso.
Son 200 años de Independencia, de una libertad que perfuma los aires de nuestras montañas, las cuales, a su vez, determinan el tamaño de nuestros retos, definen el carácter de quienes habitan sus laderas y valles y son el crisol de algunas de las virtudes proverbiales que distinguen el ser antioqueño, como su laboriosidad, empuje y amor a su región.
Son muchos los hombres y los hechos que marcan nuestro pasado. Aquí hemos querido rendir homenaje a algunos de ellos, a partir de la gesta emancipadora, cuando Antioquia incorporó a su carta de navegación las ideas que recorrían Europa como fundamento de la democracia y fue, incluso mucho más allá, al incorporar en su constitución el reconocimiento del poder soberano del pueblo, hecho que la misma República haría muchos años después.
Muchas páginas se han escrito sobre lo que significó el hecho de nuestra independencia en momentos en que varias regiones de la patria aún se debatían entre el reconocimiento o no del dominio del monarca español, Fernando VII. Aquí no fue invitado y por, el contrario, estuvo claro que Antioquia quería tener pleno dominio sobre sus decisiones y que la libertad que ansiaba para sus habitantes los incluía a todos, sin distinción, hasta los esclavos.
No fue fácil su epopeya, pues a la proclama libertaria le seguirían divergencias políticas y enfrentamientos bélicos en el intento de reconquista que España pretendió hacer a sangre y fuego y que un grupo de soldados comandados por el joven José María Córdova frustró en la batalla de Chorros Blancos.
Fue Santa Fe de Antioquia, cuna de la libertad, no por una concesión gratuita, sino en reconocimiento a la ciudad en pie más antigua, fundada en 1541 por el mariscal Jorge Robledo, que allí estableció la primera organización administrativa y religiosa del territorio antioqueño. De 1584 a 1826 fue la capital de la Provincia de Antioquia.
Esta capitanía pasó luego a Medellín, que por los años de la conformación del Estado Soberano de Antioquia apenas era una villa. Con el paso de los años, a medida que Santa Fe perdía su poderío comercial, Medellín registraba un crecimiento acelerado, en particular por su cercanía con Rionegro -población que jugó un papel importante en nuestra independencia-, pero también por concentrar la riqueza proveniente de la minería, que más tarde generó las dinámicas del comercio, el sector financiero y del desarrollo industrial.
Entre tanto, en el sector agrícola, se vivía una gesta de gran repercusión en la historia del desarrollo económico del país y que se conoce con el tópico de “colonización antioqueña”, término que en una concepción más amplia rebasó el propósito de encontrar buenas tierras para la agricultura y la ganadería, y tuvo como resultado final una extensión por el sur del país de toda la cultura antioqueña que remontó la cordillera central para llevar a lomo de mula, gastronomía, arte y costumbres, por parte de arrieros y colonos que abrieron caminos, expandieron la frontera agrícola, fundaron pueblos e hicieron más grande a Colombia.