Antes de que Mario Vargas Llosa empezara a hablar, puso una cara seria, de hombre gruñón y ceño fruncido.
La primera vez que habló su voz sonó chillona y suave para ese señor de negro, de las medias a la chaqueta, que ocupa toda la silla. Es alto y de barriga. Luego, como suele ser, fue un contador de historias, que hace que la gente se concentre en sus palabras en silencio, hasta que de pronto dice una frase burlona y quienes están en el auditorio se ríen.
El Nobel peruano es invitado a la Feria del Libro de Bogotá. La charla fue con Juan Gabriel Vásquez, el miércoles, en un auditorio de Corferias.
Conversó de La ciudad y los perros, esa novela que ganó el premio de Biblioteca Breve en 1962, y que él terminó de escribir en 1961, para hablar del Boom latinoamericano del que, le dijo Juan Gabriel, pareciera empezar con esa novela.
“Yo llevaba tres años en Europa, desde el año 58, y mi recuerdo de América Latina, que era el del Perú, era el de un páramo literario, donde un escritor joven tenía dificultades monumentales para encontrar un editor, de hecho en el Perú no había ningún editor profesional. Había libreros que editaban libros, generalmente pagados por los propios autores, libros que practicamente no circulaban, que tenías que regalar entre familiares y amigos. En el Perú no sabíamos qué se estaba escribiendo en el Ecuador, en Colombia, en Chile. Nos llegaban noticias de Argentina y de México, los dos centros editoriales que funcionaban, pero nunca hubiera sospechado yo en el año 61, cuando terminé la novela, que en los años siguiente iba a ver, no un despertar, porque la literatura latinoamericana ya estaba siendo escrita hacía tiempo, pero había una incomunicación tal, que yo descubrí la existencia de Alejo Carpentier leyendo una revista francesa. A García Márquez lo descubrí por esos años, 61, 62. Yo trabajaba en París, en la radio y televisión francesa, y tenía que hacer programas sobre Francia y América Latina y me llegó un día al escritorio un librito de un escritor colombiano, traducido al francés. Era El coronel no tiene quien le escriba. Nunca había yo oído de García Márquez”.
“Lo primero que leí fue esa pequeña obra maestra, pequeña por las pocas páginas que tenía, pero un libro maravillosamente estructurado, donde nada sobraba y nada faltaba, pero lo que ocurrió en los años siguientes fue realmente extraordinario y creo que quienes lo vivimos nunca lo hemos podido olvidar. De pronto empezaron a aparecer escritores latinoamericanos que eran traducidos al francés. Llegó en el año 63 Borges a París y fue una revelación para los franceses al ver que un hombre que venía de América Latina, es decir de la barbarie, podía hablar de Shakespeare en un francés además clásico, elegante, con brillantez, citando versos de Shakespeare de memoria. Las tres o cuatro conferencias que dio ese año realmente deslumbraron al sector intelectual en Francia, simplemente a través de los cuentos que contaban trazó un panorama de lo que entendía por literatura fantástica y fueron esos años en los que, yo creo que Francia es la primera que lanza una serie de escritores originales que están creando al mismo tiempo formas nuevas de narrar. (…) A muchos escritores latinoamericanos, que realmente éramos parte de una comunidad, que antes que peruanos, colombianos o argentinos, éramos parte de eso que se llamaba América Latina y que entre, otras cosas, además de la lengua, la historia y la problemática, tenía una literatura que se parecía mucho en lo novedosa y que expresaba de alguna manera en toda su complejidad y diversidad, y fue realmente una experiencia maravillosa el descubrir que América Latina era una realidad no solo política, sino histórica, cultural y literaria. Fueron épocas de amistad. Nos conocimos, nos leíamos, nos admirábamos, nos queríamos. vivimos una fraternidad que fue realmente una experiencia hermosísima”.
Vargas Llosa conversa con detalles, con lucidez. Es un hombre de 78 años. No lo envuelve la nostalgia.
“Roger Callois firmó un contrato con Six Barral para traducir La ciudad y los perros y entonces yo fui a agradecerle y me dijo que le había gustado mucho el libro y empezó a hacer unos comentarios sobre el libro y de pronto me dice que una cosa que “me gustó mucho es que El Jaguar se atribuye un crimen que no ha cometido, para tratar de recuperar el liderazgo que tenía con sus compañeros y que ha perdido”, entonces yo le digo, pero El Jaguar sí mató al Esclavo (risas del público). Y me dijo, “no, no, qué ocurrencia. Si El Jaguar hubiera matado al Esclavo sería un episodio completamente banal. No, no, usted no ha entendido la novela que ha escrito (más risas)”. A mí me parecieron tan convincentes sus razones, que desde entonces cuando me preguntan: lo mató o no lo mató, yo digo, a lo mejor, quién sabe (otra vez ríe el público). Una experiencia muy reveladora. Un escritor nunca tiene el control total de lo que escribe”.
La charla, que se llama Conversaciones que le cambiarán la vida, duró más de hora y media. Cada respuesta suya es una clase de historia o de literatura o de vida o un análisis de un personaje. Habló de su padre, a quien conoció a los 10 años, después de creer que estaba muerto. Ahí se le acabó la libertad que no sabía que tenia.
El Nobel peruano pudo quedarse más horas, pero había que terminar.
“La literatura es lo que más amo. Si por algo voy a ser recordado ojalá fuera por mi vocación literaria.
Informacion Elcolombiano.com