¿A cuántos metros bajo tierra está el Demonio? Si estuviera a tres mil, a lo mejor ya los mineros de El Silencio, en Segovia, lo habrían sacado del infierno, pues estos hombres, más de quinientos, se hunden cada día a distancias incluso más profundas.
Eso, para ellos tan rutinario como irse de vueltón por su pueblo a enamorar muchachas o a jugar billar, para uno que se mete por primera vez es casi como adentrarse al infierno. Y en algunos tramos siente que lo ve. Se lo anuncian las cucarachas que caminan presurosas por las paredes y techos de la mina, se lo muestra la total oscuridad de los túneles cuando se apaga la linterna instalada en el casco protector y se siente cuando el sudor invade el cuerpo y el calor se acentúa en la piel. El Diablo no se ve, pero pareciera rondar por ahí.
-Uno trabaja en esto por la plata, acá aprende el valor de la vida, lo que arriesga por un peso-, dice Camilo Aristizábal, un joven de Manrique, de 18 años, que se fue a la población del Nordeste cansado de buscar oportunidades en una Medellín que no le abrió puertas. El proyecto Zandor Capital, de la multinacional Gran Colombia Gold de El Silencio, le abrió los socavones y ahí está, buscando no al Diablo sino arañando oro de las rocas.
Minero, profesión de riesgo, sin duda. Lo reconoce John Fredy Baena, de 30 años, 10 de ellos dedicados a extraer minerales de la tierra.
-Uno sí tiene tropiezos, y al principio sí que más. Es según el terreno donde esté-, dice John Fredy, que se ha hundido en socavones rústicos en los que en vez de túneles de tres metros para caminar le tocó arrastrarse como serpiente o cocodrilo aferrado al barro.
Lo reafirma Cristian Santa, de 20 años, con un cuerpo fornido y la piel finamente bronceada, tal vez por los contrastes que experimenta a diario en su localidad, Remedios, donde pasa del sol ardiente de más de 27 grados, al sopor del fondo de la tierra.
-En las minas pequeñas se bota el miedo, cuando uno se mete bajo cientos de toneladas de material. Acá se vive el azar, estamos seguros, pero puede pasar una calamidad en cualquier momento-, comenta Cristian, y sonríe.
A más de 2500 metros
Tienen razón Cristian, Camilo y John Fredy. Nadie entraría al infierno por experimentar el riesgo. Sólo el dinero, un sueldo promedio entre $1″500.000 y $2″000.000, motiva a estos muchachos a enfrentar a “Satanás” para extraer oro de las minas.
La profesión es tan riesgosa, que según los registros de la Agencia Nacional de Minería, entre 2004 y 2013 murieron 819 colombianos en 662 accidentes mineros. Los heridos fueron 444.
La Agencia quiere frenar las tragedias y ha implementado el programa de Salvamento Minero, que tiene capacitada una red de más de 1200 socorredores en todo el país, unos cien de ellos en la base de Remedios (Antioquia), los cuales están entrenados y dotados con equipos de alta tecnología para ingresar a los socavones y rescatar personas atrapadas.
Catalina Gheorghe, gerente nacional de Seguridad y Salvamento Minero, viaja con frecuencia a las distintas zonas mineras a evaluar riesgos y coordinar la preparación de los socorredores.
Aclara que muchos son empleados de las mismas minas que les sirven de aliados.
-Las minas no están obligadas a tener los mejores equipos de salvamento, pero lo importante es que tengan socorredores preparados-, explica.
Añade que el grupo está cambiando la cultura del minero tradicional, que ya piensa más en la seguridad.
-Su trabajo no se puede medir por las tragedias atendidas sino por la gente que salvan con su labor de cada día-, recalca Gheorghe, a quien acompañamos en un recorrido exclusivo por las minas de Remedios y Segovia.
Ella y un grupo de socorredores ingresaron a los socavones de Zandor y en carne propia experimentaron la vivencia en las minas. Y en ese infierno matizado de oro, como lo muestran las vetas, María Quintero, jefe de personal de la Agencia Nacional de Minería, sufrió su crisis, su resistencia se quebró y cuando no pudo dar un paso más y cayó, los socorredores entendieron que era la hora de actuar. La rodearon, le aplicaron oxígeno, la “revivieron” y hasta la cargaron para poder sacarla sana y salva del fondo de la tierra.
-Los sentí buenos, tranquilos, noté que saben los protocolos aprendidos, dan seguridad-, dijo María ya afuera de la mina tras habernos hundido más allá de la mitad del túnel, a más de 2500 metros, según nos confirmó un minero.
Hubo una cuesta en la que casi todos desfallecemos, de unos 500 metros de terrenos lisos, oscuros y con peligros invisibles. Para escalarlo necesité 739 pasos. Los conté por estrategia sicológica y pensando que arriba me esperaba el cielo.
Y cuando casi a punto de vomitar llegué a la cima, por fin abandoné la idea de tocar el Demonio. El infierno estaba muchos más abajo, en el nivel 44 de la mina. Nosotros sólo descendimos hasta el 23.
Informacion Elcolombiano.com