Pintor nacido en Barcelona (España) en 1920, muerto en Cartagena de Indias (Colombia) en 1992.
Hijo de padre colombiano y madre catalana, Alejandro Obregón Rosén vino a vivir a Barranquilla siendo muy niño. Estudió en la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston y en la Llotja de Barcelona. Marta Traba, quien fue la mejor crÃtica de su obra, escribió en 1961: «La llegada a la pintura colombiana de Obregón nos coloca ante el primer pintor de talento con que cuenta Colombia en este siglo […] La obra del artista es de desarrollos claros y su evolución está llena de pautas que muestran de manera inequÃvoca la alianza del talento y del trabajo».
Recién llegado de Europa en 1944, hizo su presentación en el arte colombiano en el V Salón Nacional, con los óleos Naturaleza muerta, Retrato del pintor y Niña con jarro. Desde entonces su nombre estuvo siempre en primer plano y sus obras siguen exhibiéndose con gran éxito comercial. La pintura de Obregón se caracteriza por el expresionismo y la impronta mágica. En cuanto a lo primero vale la pena recordar estas palabras de Vincent van Gogh: «En lugar de tratar de reproducir exactamente lo que tengo ante mi vista, uso el color de la manera más arbitraria para expresarme con fuerza». Esta definición puede aplicarse a la obra de Obregón, en la que predominan la fantasÃa creadora y los elementos emotivos. Obregón recreó la realidad en la mayorÃa de sus cuadros, transformó armónicamente el paisaje, modificó la figura humana, siempre en función de la pintura como tal, y empleó el color para manifestar sus emociones.
En cuanto a la impronta mágica, es indudable que buena parte de la pintura de Obregón alcanza la representación de lo “real maravilloso” de que habló Alejo Carpentier para referirse al ámbito de creación que tiene el artista latinoamericano. El arte del siglo XX descubrió la realidad tras las apariencias y se puso en contacto con ella. A esa naturaleza más profunda, más esencial, apunta la pintura de Obregón, que en ningún momento se limita a reproducir el paisaje tropical, sino que lo trasciende hasta alcanzar estructuras evocadoras, formas singulares e imágenes cargadas de fuerza.
Los principales temas de la pintura de Obregón son los retratos de familiares y amigos, además de varios autorretratos, desde el muy cézanniano del pintor sentado que sostiene un pincel (1943) hasta Dédalo (1985), pasando por los Blas de Lezo (1977-1978), los animales (en una fauna interminable que incluye desde cóndores y toros hasta barracudas, mojarras y camarones, pasando por chivos e iguanas), las flores carnÃvoras y nocturnas, las escenas de violencia y, sobre todo, los paisajes (con claras alusiones al mar, a las playas, a las tempestades, a los eclipses y, especialmente, a los vientos). Estos temas son recurrentes y por lo tanto no tienen una ordenación cronológica. Como bien dijo el artista, más que motivos especÃficos sus cuadros aluden a «drama, catástrofe, registro de vida, reportaje y un poco de todo» .
La carrera artÃstica de Obregón se puede dividir aproximadamente en cuatro perÃodos. El primero, 1942-1946, es de formación. En él su pintura es contradictoria y llena de titubeos; su producción oscila entre un naturalismo con recuerdos académicos y un expresionismo forzado. El segundo, 1947-1957, es de definición estilÃstica y primera madurez. Con recuerdos del cubismo, Obregón realizó composiciones milagrosamente balanceadas, en las que articuló de muchas maneras numerosos planos, a veces transparentes, sobre fondos neutros que también incluyen planos, más o menos evidentes. Aquà ya aparecen algunos de sus motivos caracterÃsticos, asà como algunas de sus obras maestras: Puertas y el espacio (1951), Bodegón en amarillo (1955), GreguerÃas y camaleón (1957).
El tercer perÃodo, 1958-1965, es el de la madurez plena. Durante estos años Obregón no solamente fue el pintor más influyente del paÃs, el paradigma de lo nuevo y moderno, el más admirado y galardonado ganó dos veces, en 1962 y 1966, el primer premio de Pintura en el Salón Nacional, con los óleos Violencia e Icaro y las avispas, respectivamente, sino también su máximo representante a nivel continental.
Obregón, dueño ya de un estilo muy personal, expresionista y americanista, realizó muchos lienzos en los que en un espacio sin lÃmites instaló sus formas abiertas y vigorosas, que sólo aluden a la grandeza y a la feracidad del continente. Cuadros sobresalientes de este perÃodo son, entre otros: Naufragio (1960), La trepadora (1961), El mago del Caribe (1961), Homenaje a Gaitán Durán (1962) [ver tomo 6, p. 125], Violencia (1962), Volcán submarino (1965) y Flor de páramo (1965). El último perÃodo comenzó en 1966. Desde ese año y hasta el año de su muerte, la pintura de Obregón insistió en un estilo efusivo y romántico y en temas obsesivos. Como escribiera Juan Gustavo Cobo: «Sus motivos lo persiguen, se esfuman, reaparecen, se funden». Trabajando por series, Obregón pintó Anunciaciones, Floras, Angelas, Violadas, Zozobras, Memorias de Grecia, Magos de la Popa, Blas de Lezos, Cosas de la luna, Bachués, Leyendas de Guatavita, Paisajes de Cartagena, Amazonias, Copas y océanos y Vientos, en una lista incompleta.
Aunque no lo aceptó («Creo que el óleo está completamente obsoleto. El acrÃlico es el medium del siglo XX»), Obregón no pudo cargar sus obras de los últimos decenios con el misterio y la fuerza de sus óleos anteriores a 1966, año en que empezó a trabajar el acrÃlico. Sin embargo, en este perÃodo no deja de haber obras importantes, porque sin duda Obregón fue un pintor talentoso e imaginativo. Salta a la vista que está en sus mejores momentos cuando controla la efusividad y mantiene el dominio de todas las pinceladas, asà como de los colores. Obregón realizó numerosas obras relacionadas con la violencia del paÃs, desde él óleo de 1948, Masacre 10 de abril, hasta el dÃptico al acrÃlico de 1982, Muerte a la bestia humana y Victoria de la paz, ejecutado después del asesinato de Gloria Lara, pasando por el óleo de 1962, Violencia, del que Marta Traba dijera: «La sinceridad terrible de Violencia procede de esta circunstancia: de que Obregón la pintó porque ya le era inaplazable y necesario hacerlo.
Pero si esto explica el patetismo verÃdico de su cuadro, no incluye la belleza grave y tensa de sus medios para lograrlo. Obregón pintó la mujer yacente en mitad de un gran espacio gris: moduló el gris solemnemente, como oficiando un silencioso rito fúnebre, sin permitirle un solo sonido discordante. Lo apretó en la enorme figura grávida y lo fue desmadejando en el paisaje, hasta que la criatura muerta se integró en esa tristeza general, en esa fatalidad inicua, inexplicable».
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