Cuando todo arde, queda la memoria. La que no se borra. La que siempre estará viva. Eso pasa en Berlín, luego del nazismo. Así lo confirman los variados monumentos que hay en esta ciudad y así lo ha escrito en un sinnúmero de reportajes Michael Sonthheimer, de Spiegel, un historiador de 55 años que se hizo periodista para contar, entre tantas cosas, las ocurridas en el Holocausto.
La experiencia de este reportero y de tantos otros, de defensores de derechos humanos, constructores de la memoria, representantes de sectores políticos y de la ciudadanía en general, cuenta que es más fácil escribir sobre estas historias, cuanto más lejos ocurrieron los hechos.
En Alemania comenzaron a hacerlo con rigor mucho tiempo después del absurdo, explicó Tom Koenigs, parlamentario del Partido Verde y expresidente de la Comisión Parlamentaria de Derechos Humanos y Ayuda Humanitaria 2009-2013.
Esta lección bien podría comenzar a acuñarse en Colombia, donde la cuenta contrarreloj marca la necesidad de que el periodismo y el Estado se ocupen de revisar el pasado, más cuando se trabaja por la firma del fin del conflicto y el camino a una época de transición.
En Alemania se han ocupado de una historia de por lo menos 11 millones de muertos desde la Segunda Guerra Mundial, pasando por la persecución del Partido Nacional Socialista y el genocidio judío, y la siguen abordando porque, según Michael Parak, experto en memoria histórica de la Fundación Contra el Olvido y por la Democracia, “los juicios no fueron decisivos, llegaron demasiado tarde”. En Colombia, cuando se toca el tema, arde.
El trabajo por reconstruir un país no solo pasa por convertirlo en una potencia económica, sino en uno que se mire a sí mismo para dejar huellas de historia bien contada a las generaciones que van a demandar explicaciones. En Alemania, por lo menos siete generaciones han tenido que reencontrarse con la memoria. ¿Cuántas deberán reconstruir la historia de Colombia?
Combatir la impunidad
En cada rincón de la fría capital alemana, los monumentos del recuerdo y también del perdón han sido, entre otros, el resultado de combatir la impunidad y hacer memoria.
Uno de los más impresionantes es el Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados en Europa, ubicado en pleno corazón de Berlín, cuya construcción definió el Parlamento Federal el 25 de junio de 1999. Lo realizó durante dos años el arquitecto neoyorquino Peter Eisenman.
Las 2.771 estelas de cemento (hormigón) conforman una atmósfera confusa, un abstracto laberinto de 19.000 metros cuadrados en el que no hay una meta, ni un camino, ni un fin. Adentro, el aire fluye, pero también parece acabarse cuando se recorre sin descanso y en silencio. La nueva idea de la memoria, debatida fuertemente hasta llegar a hacerse realidad, la complementa un centro de información subterráneo en el que se han documentado biografías completas de judíos exterminados.
Para Ulrich Baumann, subdirector de la Fundación del Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados en Europa, el trauma de las guerras en su país sigue estando presente. “Los efectos no hay que olvidarlos, porque fueron 300.000 personas las que participaron en los asesinatos de judíos y también de alemanes”, dice.
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