Christian Sánchez, estudiante de veterinaria, y Diego Castillo, de optometría, dicen que no se irán de la sede norte de la Universidad San Martín en Bogotá hasta que el Ministerio de Educación garantice las actividades académicas. Allí llevan sobreviviendo con sus propios recursos desde el 9 de diciembre.
Decidieron tomarse el lugar por el escándalo que enfrenta la institución desde el año pasado, cuando se descubrió la desviación de recursos que originó el retraso en el pago a docentes y fallas en la infraestructura por falta de mantenimiento.
A Christian y Diego se les puede ver desde las afueras del edificio de grandes ventanales ubicado en la calle 80 con carrera 19. Para entrar, se debe pasar cuidadosamente una barrera de mesas que, unas sobre otras, trancan la puerta principal.
En el interior, una mesa con cuatro puestos y un par de ollas en lo que antes era la cafetería hacen de sala, comedor y cocina. Un pesebre que se rehúsan a quitar es la decoración.
Los dos duermen en pequeños sofás de oficina, que juntan para hacer una cama más o menos cómoda. Christian ocupa una de las esquinas de la cafetería, tiene apenas dos cobijas, algo de ropa que guarda en un maletín y un par de zapatos. Diego, en condiciones similares, tomó un cuarto que le ofrece vista privilegiada a la calle.
La puerta principal de la sede siempre está cerrada con una gruesa cadena y un candado del que solo ellos tienen la llave y que, contadas excepciones, se abre durante el día. En principio se tomaron las instalaciones para evitar que los recibos de cobro de matrículas, que habían sido expedidos ilegalmente por la fundación universitaria, fueran repartidos a los estudiantes de las diferentes sedes del país.
Luego, se dieron cuenta de que también debían custodiar la información que se encuentra en los computadores de la oficina financiera y archivos en físico de esa sede, pues saben que puede ser evidencia en la investigación que lleva a cabo en este momento el Ministerio de Educación.
A veces, casi siempre, tienen que hacer las veces de celadores, pues solo quedan cuatro vigilantes ‘pagos’ por la institución para cuidar todo el lugar.
En esa tarea, afirman, les tocó sufrir la presencia del espíritu de la esposa de Mariano Alvear, dueño de la institución. Un rumor entre el estudiantado dice que su cuerpo está enterrado en la capilla de la universidad y su alma en pena sale en las noches a vigilar “lo suyo”.
Pero ni el “fantasma” ni la nostalgia que les trajo pasar sin su familia las fiestas de fin de año los ha vencido.
Christian y Diego no dudan en manifestar que seguirán allí hasta que el Ministerio disponga la fecha para reanudar las actividades académicas, lo cual, confían, sea en los primeros días de febrero. Esperan, eso sí, que la universidad siga recibiendo nuevos estudiantes. Algo de confianza les queda frente a lo que alguna vez fue una prestigiosa institución.
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