La idea es tan simple como hacerla realidad. Solo se trata de agua sobre un muro. De remover el esmog que se va acumulando en los puentes o las calles, delineando un mensaje: puede ser arte, puede ser un anuncio o solo un dibujo. (Vea imágenes de los grafitis)
Pero llegar a esta idea a Jim Bowes le tomó muchos años. Vivía, como confiesa, con la culpa de contaminar el planeta con cada gran valla que la empresa para la que trabajaba colgaba en autopistas o centros de ciudades.
Por las noches llegaba a su casa a pensar cómo podía dejar de hacer lo mismo que toda la industria publicitaria había hecho por décadas. Hasta que una noche del 2007, antes de irse a la cama, se le ocurrió su ‘eureka’: “¿Y si las vallas fueran de agua y limpiaran los muros, las paredes, las aceras de las ciudades?”.
Luego de trabajar 25 años en multinacionales de mercadeo y publicidad exterior, fundó Green Graffiti, su propia empresa, para crear campañas publicitarias en las que genera anuncios con marcas de agua.
La respuesta a los primeros experimentos en su natal Ámsterdam lo asombró: devolverle el color verdadero a la ciudad conmovía a cientos de personas que inmediatamente compartían por redes sociales las campañas.
“No generamos residuos, somos virales en redes sociales y ayudamos a mejorar el paisaje de la ciudad”, concluye Bowes.
En siete años de trabajo ha pintado más de 600 “grafitis al revés”, como sería la correcta traducción de reverse graffiti, una tendencia que ya no solo es suya, sino de otras empresas europeas y norteamericanas que quieren cambiar las normas de espacio público para legalizar esta forma de publicidad exterior.
Nike, Adidas, Starbucks y hasta el mismo Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) han trabajado con Bowes en campañas en más de 27 países.
En una conversación con EL TIEMPO, el publicista holandés contó los detalles de la que él llama la “revolución verde de la publicidad”.
¿Cómo funcionan los grafitis al revés?
Cuando se me ocurrió la idea, pensé que era única, original. Pero luego investigué y era una práctica muy antigua, que incluso ya estaba en el arte callejero. Solo que yo quería llevarla a la publicidad. Por esos días había nacido mi hijo, y sentía una responsabilidad de dejarle un mejor mundo. Por ser algo tan simple, ni siquiera tiene copyright, el que quiera puede hacerla. Solo se necesitan una plantilla, agua y una máquina que impulse el líquido con fuerza. Los resultados son increíbles.
¿Ha logrado medir el impacto ambiental de estas campañas?
La publicidad exterior de vallas, pancartas y grandes avisos tiene una vida muy corta. Eso la hace costosa y muy contaminante. Se genera mucho material y se pierde muy rápido. Cuando vas por una calle, la gente ve cientos de avisos, que ya no son efectivos para atraer a las audiencias. Pero cuando vas caminando y ves que en la acera hay un cambio de color que forma un aviso, te sorprende tanto que quieres tomarle una foto y compartirlo con tus amigos.
Es tan sostenible esta idea que no hay que desmontar; los costos son mínimos y el impacto social, alto. E incluso ayudamos a las ciudades a que recuperen su naturalidad, a que se vean más hermosas.
Sin embargo, en muchos países es ilegal que los anuncios publicitarios en espacios públicos. ¿Cómo ha hecho con las leyes?
Ha sido un gran obstáculo. Nosotros somos una gran excepción. No somos ilegales, pero tampoco estamos estipulados en las leyes. No colocamos nada sobre el espacio público: simplemente limpiamos. Queremos que los países adapten leyes que nos permitan pagarles impuestos y así generarle otra ganancia a la ciudad.
¿Conoce de iniciativas colombianas?
Hace un tiempo, nos escribieron interesados en reproducir nuestra idea. Pero, por las normas colombianas, no se pudo ejecutar el reverse graffiti. A un país como Colombia, que se quiere vender como un mercado ‘verde’, le convendría permitir este servicio.Ayudarían a descontaminar y a la vez generar más recursos para las políticas públicas de la ciudad.
LAURA BETANCUR
laubet@eltiempo.com