El maltrato recibido recientemente por el grupo de exmandatarios latinoamericanos que se disponía a visitar al encarcelado dirigente político venezolano Leopoldo López es un capítulo más de una larga historia que se enmarca en lo cambiante de la política latinoamericana y de los constantes desencuentros ideológicos que sufrimos.
Cada exmandatario es un individuo sujeto de derechos, y uno de ellos es el de la defensa de su nombre, según la mayoría de regímenes jurisprudenciales imperantes en América Latina. No obstante, esto parece olvidarse en medio del maremágnum de las coyunturas políticas que nos sacuden.
Aunque las divergencias con los puntos de vista de los exmandatarios son pan de cada día (ni qué decir en Colombia), sí es molesto que éstos sean ofendidos en el exterior. Si bien son seres humanos con todos sus defectos y virtudes, alguna vez recibieron la confianza de un pueblo para que dirigiera sus destinos.
Pero también hay que decir que los expresidentes latinoamericanos no han aprendido esa gran virtud de muchos de sus pares estadounidenses, la de optar por un tranquilo y callado retiro, y se convierten en gurús que de todo saben y opinan, sobre todo aquellos que han durado largos periodos en el poder.
Mención aparte en este tema merece el gobierno de Venezuela. Tanto el fallecido Hugo Chávez como Nicolás Maduro tienen todo un listado de descalificaciones a exmandatarios por dar opiniones sobre lo que ellos piensan debería ser la democracia al otro lado del Orinoco.
“¿Por qué no te callas?” le espetó el rey Juan Carlos de España a Chávez en aquella Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile en el 2007, pero esa reacción vino tras una acusación de “fascista” que hizo Chávez en contra de José María Aznar, conocido por sus conservadoras posiciones.
Del constante lanzar de dardos también ha sido víctima el expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, a quien han acusado de muchas cosas y es el chivo expiatorio de casi todo lo malo que pasa en Venezuela. El acusar a otros países del mal interior es el recurso más a la mano cuando el ‘rancho está ardiendo’ y sólo se puede apelar al nacionalismo y los discursos xenófobos.
Denigrar de casi todos los expresidentes estadounidenses también es una rutina del chavismo, y cuando Barack Obama sea “ex” también tendrá su lugar en el círculo de dardos. Sólo uno merece cierta consideración, y la tiene bien ganada: Jimmy Carter. Este ya octogenario estadista, por sus iniciativas en nombre de la paz y el desarrollo, se ha ganado el respeto mundial.
Estamos asistiendo a una era en la que el disenso es considerado casi como un crimen en todas las tendencias. En un continente dividido por la polarización política, los expresidentes ejercen su derecho ciudadano, democrático y humano de expresarse, correcta o equivocadamente. La cuestión es que el absolutismo se está tragando a una parte importante de nuestra región y las voces disidentes de la otra tratan de manifestarse en contra, pero parecen arar en el desierto.
REDACCIÓN INTERNACIONAL El tiempo