Domingo, 20 de Abril del 2025
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El espinoso camino de las rosas en San Valentín

Publicado el 14/02/15

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Patricia García nunca celebra San Valentín, y aun si lo hiciera, preferiría recibir girasoles en lugar de rosas.

No es que haya perdido su lado romántico. De hecho, sigue tan perdidamente enamorada de su esposo como hace dos décadas en los cultivos de flores donde ambos trabajaban y se flecharon.

Sucede que su vida entera son las rosas. A las 4:00 a. m., cuando despierta, Patricia quisiera dormir un poco más, pero debe preparar el almuerzo para sus tres hijos y estar lista a las 5:20 en el parque de Cajicá, donde la recoge una ruta que luego la llevará a una finca en Nemocón.

A las 6:30 de la mañana, Patricia, supervisora de poscosecha de Agrícola El Redil, una empresa con 38 hectáreas de la codiciada flor, se alista para la faena de coordinar a 116 operarios para cortar, pelar, medir, organizar y, por temporadas como la de San Valentín, empacar 6 camiones diarios de rosas: cada uno con 700 cajas, y cada caja con 600 tallos.

A las 3:30 p. m., o a las 6:00, o a las 8:00, o a la hora en que culmine el trajín (todo depende de si es época corriente, o de madres, de mujer o de enamorados), ella vuelve a casa con el peso del día, la esperanza de encontrar a la familia despierta y la certeza de que al día siguiente, como ha sido desde los 16 años, encontrará de nuevo, sutiles, presumidas, espinosas, aromáticas, rojas, púrpura, blancas o amarillas, a docenas, cientos, miles de rosas.

Cuando las flores enferman

Más allá del hastío ocasional y la jaqueca, Patricia, una empleada ejemplar, no tiene reparos del negocio. Gana un salario mínimo, tiene vacaciones anuales, se siente a salvo frente al peligro que significa el contacto con agroquímicos y la emociona imaginar a una enamorada en Estados Unidos (a donde van el 76 por ciento de las flores colombianas) recibiendo las rosas que pasaron por sus manos.

Pero si bien la temporada de San Valentín significa para los floricultores el 12 por ciento de las ventas anuales y 10.000 puestos de empleo adicional en 60 municipios del país, Amanda*, una operaria del sector de las flores de Facatativá que prefiere proteger su nombre por temor a las represalias de la empresa en la que trabaja, lleva 20 años en el sector y dice que “trabajar en la flora implica enfermarse”.

Esta madre soltera de dos adolescentes ha desempeñado labores de cultivo y de clasificación de rosas. Sufre de migraña y, según dice en su expediente médico, “los movimientos repetitivos le desgastaron el conjunto de músculos y tendones del hombro derecho”.

La han operado en dos ocasiones y el problema persiste, y como pertenece a un sindicato logró que mientras se recupera de la última cirugía, se desempeñe en tareas de menor carga, pero hay compañeras suyas que sufren de inflamación en los codos, muñecas y bursas, y que deben continuar trabajando porque no tienen más opción.

“En general, sobre todo para San Valentín, tenemos demasiado trabajo para realizar en muy poco tiempo, y eso nos deteriora”, argumenta Amanda, quien también habla de enfermedades respiratorias y fuertes dolores de cabeza derivados del contacto directo o indirecto con los agroquímicos utilizados para proteger las rosas y mejorar su producción.

Al respecto, Marcela Varona, docente de la maestría en Salud Ocupacional y Ambiental de la Universidad del Rosario y quien ha investigado el efecto de los agroquímicos de la industria floral en sus trabajadores, explica que el uso de químicos en el sector ha cambiado significativamente en los últimos 20 años.

Si bien pudo corroborar que hace dos décadas la industria utilizaba plaguicidas clasificados como “extremadamente tóxicos” y “altamente tóxicos” con capacidad de permanecer hasta 70 años en agua, aire, suelo y lodos, en la actualidad los floricultores certificados emplean estrategias de control biológico para proteger a las plantas, así como plaguicidas “ligera y medianamente tóxicos”, que según dice Varona, tienen efectos “significativamente menores sobre la salud de los humanos y el medio ambiente”.

La experta argumenta que hallazgos de su autoría, como que en 1998, de 120 trabajadoras del sector, el 43 por ciento había trabajado en cultivos de flores donde se usaban 44 plaguicidas diferentes, algunos catalogados como alta o extremadamente tóxicos, puso el tema en debate y alertó a Asocolflores (Asociación Colombiana de Exportadores de Flores) sobre la necesidad de mejores prácticas.

Pese al escenario alentador, de acuerdo con el informe ‘Flores colombianas: entre el amor y el odio’, de la Corporación Cactus, ajena a las grandes empresas exportadoras de flores, preocupa el bienestar de los operarios del sector.
En 2011, Cactus consultó a 231 empleados que laboran en 84 empresas, ubicadas en 14 municipios de la Sabana de Bogotá, y concluyó que las prácticas en relación al uso de agroquímicos todavía deterioran la salud de los empleados.

EL TIEMPO



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