La terrorista suicida hizo detonar su carga explosiva en medio de un acto organizado por la Federación de Asociaciones Juveniles Socialistas en el patio del centro cultural Amara de Suruç, en el que se habían congregado unos 300 jóvenes izquierdistas “en su mayoría en edad universitaria”, según explicó un portavoz municipal. Además de los 30 muertos, más de un centenar de personas resultaron heridas, nueve de las cuales permanecen en estado crítico.
Ni el objetivo ni el momento parecen haber sido elegidos al azar por los yihadistas, ya que estos días se conmemora en Suruç, con la participación de asociaciones y artistas de toda Turquía, el tercer aniversario de la llamada Revolución de Rojava, es decir, la proclamación por parte del Partido de la Unión Democrática (PYD, prokurdo) y sus milicias, las Unidades de Protección Popular (YPG), de cantones en varias áreas del norte de Siria de las que el régimen de Bachar el Asad se retiró en 2012. Las víctimas del atentado, de hecho, esperaban desde hace dos días un permiso para cruzar la frontera y entregar ayuda humanitaria y juguetes enKobane, para contribuir a la reconstrucción de esta ciudad kurdo-siria arrasada por meses de asedio del Estado Islámico (EI).
El ataque se lee en Turquía, por un lado, como una venganza por los avances en Siria de las fuerzas kurdas (con apoyo de la aviación de EE UU) frente a los yihadistas, y, por otro, como una advertencia a Ankara que, tras dos años de ambigüedad ha comenzado a tomarse en serio la lucha contra el Estado Islámico. En las últimas semanas, de hecho, se han producido docenas de detenciones de presuntos yihadistas y tres páginas web cercanas al EI han sido bloqueadas, lo que se tradujo en la red en llamamientos a atentar en suelo turco. No en vano, otro de los atentados más graves sufridos por Turquía se produjo en mayo de 2013 en la localidad fronteriza de Reyhanli en un momento en que el Gobierno quiso poner coto a las rutas yihadistas.
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