La realizadora colombiana Patricia Ayala Ruiz, recordada por el documental Don Ca, decidió asumir un nuevo y polémico proyecto con Un asunto de tierras. La producción sigue a una comunidad que se acoge a la promesa de una ley de restitución de tierras, después de perder su terruño por culpa de la violencia.
Ayala es directa en su narrativa y, a la vez, añade un poco de sarcasmo mostrando el contraste entre las buenas intenciones, la desidia política –que se refleja en imágenes de congresistas más preocupados por la comida o el teléfono celular– y la inquebrantable esperanza de quienes sueñan con volver a sus fincas y casas. Ella habló con EL TIEMPO acerca de esta producción, que se estrena hoy en los cines.
¿Cómo comenzó la aventura de mostrar el viacrucis de las personas que están en ese proceso?
Este proyecto surge de la duda. Cuando un presidente heredero del gobierno más derechista de la historia reciente de Colombia, con un ministro de agricultura conservador, empieza a hablar de restitución de tierras, lo primero que surge es una profunda desconfianza. Suena mal, pero es así. Después de casi una década de negar a las víctimas e incluso la existencia de un conflicto, de pasar por alto (con toda conciencia) el tema de la tierra en las leyes de reparación, de pronto surge una ley que promete lo básico: que se restituya lo robado. ¿Era cierta tanta belleza? En ese momento supe que tenía que hacer una película.
Entonces, el personaje aquí es la ley de restitución…
Sí, el personaje es la ley, una entidad a todas luces abstracta. ¿Cómo filmar una ley? La decisión fue hacerlo a través de los seres humanos que están en los dos extremos. Por un lado, quienes crean la ley, en su ámbito evidente de poder. Por otro, quienes no tienen posibilidad de ejercer poder alguno y que, al contrario, ven que sus vidas están determinadas, para bien o para mal, por esa ley.
Hay escenas con cierto tono caricaturesco en el Congreso. ¿Eso fue adrede?
Decidí que era importante registrar la última sesión en el Congreso, la que convertiría el proyecto en ley, pero, la verdad, nunca esperé encontrarme con esas escenas. Como nos negaron el permiso para ingresar a la planta baja de la sala de la plenaria, tuvimos que poner la cámara en el mismo lugar en el que la pone la prensa. Eso nos permitió componer con una cierta distancia y, además, los congresistas no estaban alerta. Hay cámaras de TV pero, en general, están buscando la noticia. Nuestra cámara buscó los detalles y los encontró sin problemas, así que no podía dejar pasar ese retrato que me surgía de forma tan espontánea y contundente.
¿Qué busca este documental?
Retratar un universo en el que el ser humano siempre pierde. Contar una tragedia de una comunidad que, como muchas en el país, está llena de personajes heroicos, que a pesar de su pequeñez son capaces de levantarse, rebelarse ante el destino y, sobre todo, mantener su dignidad intacta.
¿Hubo algún riesgo en el rodaje?
Rodar en los Montes de María (entre Bolívar y Sucre) sigue implicando algún tipo de riesgo. Sin embargo, aunque en un par de ocasiones sentimos cierta tensión a nuestro alrededor, debo decir que no hubo ninguna amenaza al equipo de producción ni a los participantes de la comunidad, que era en realidad lo más importante.
¿Qué espera que produzca el documental?
El arte, y el cine en particular, nos permite mirarnos en un espejo que nos invita a reflexionar sobre el tipo de sociedad que hemos construido después de tantos años de conflicto y a entender el dolor ajeno que también es nuestro; a mirar con ojos más tolerantes y solidarios.
Si esta película logra que un espectador se ponga en los zapatos de esos otros, que en nuestro caso son millones de despojados, algo habrá logrado, y si, además, nos recuerda que los asuntos de tierras son definitivos en la construcción de la paz, estaré satisfecha.
eltiempo.com