Había que reconstruir la parte carnosa de los extremos de los dedos, usaban delicadamente geles preservantes y con diferentes sustancias las rellenaban para fijar los tejidos. Con la huella digital reconstruida, esos cadáveres tendrían nombre.
El asesino en serie no es una persona que comete actos ocasionales, ni imprudentes; son planeados, premeditados. Un asesino ocasional suele dejar vestigios, pruebas, cometer errores.Fredy Armando Valencia Vargas sabía lo que hacía, eso se notó desde que fue capturado en noviembre de 2015, cuando él mismo aceptó el asesinato de varias mujeres.
Eso dificultó el trabajo de nueve expertos de Medicinal Legal. Ellos tenían que cumplir con la difícil tarea de identificar a los once cuerpos torturados a manos de un hombre que muchos en el centro de la ciudad conocían. Los medios de comunicación presionaban y las familias querían saber el destino de sus allegados desaparecidos. Bogotá estaba conmocionada.
Siquiatras, sicólogos, médicos forenses, antropólogos tenían que determinar con premura quiénes eran las víctimas que hallaron enterradas en una zona de cambuches en los cerros orientales de Bogotá.
Valiosa información llegó del equipo de investigadores de la policía de investigación criminal (Sijín) y del fiscal que estaba cargo del caso. “Teníamos reuniones cada semana para entender el comportamiento del homicida, encontrar patrones que nos sirvieran para analizar el crimen”, dijo Carlos Eduardo Valdés, director del Instituto Nacional de Medicina Legal.
Solo en uno de los once casos que se conocieron, Valencia había utilizado un arma cortopunzante para asesinar. El resto de mujeres murieron asfixiadas. “No se pudo dilucidar si en todos fue ahorcamiento o estrangulación”. ¿Cuál es la diferencia? Valdés explicó que en el primero se utiliza por lo general una cuerda y hay una suspensión del cuerpo, queda sin apoyos. En la estrangulación hay una compresión uniforme del cuello que se puede hacer con la mano o con otro objeto, pero es una forma directa de ataque contra la víctima. Ya se había detectado un patrón de comportamiento. Valencia buscaba mujeres en el sector del ‘Bronx’. Se fijaba en mujeres que habían caído en la adicción a las drogas, necesitadas de comida o ropa, sin vivienda, absolutamente desprotegidas.
Se movía como una culebra en el sector. El anzuelo era la promesa de una dosis, alimentación, un baño. A cambio, él pedía favores sexuales, satisfacer sus propias necesidades. Para él, las mujeres eran un objeto. Cada día que pasaba se volvía más exigente. Once accedieron; mejor, de once se sabe porque sus cuerpos fueron encontrados. “Con el tiempo no toleraba la frustración, el rechazo. Por eso, cuando la víctima no accedía a sus pretensiones, la agredía hasta causarle la muerte. Era consciente de que podía dejarlas vivir, pero decidió no hacerlo”, dijo Valdés. Eso los retó más.
Buscando una huella
Días y noches de trabajo permitieron determinar que el tiempo mayor de muerte correspondía a cuatro años. “Es una fecha aproximada dado el estado de deterioro de los cuerpos y la afectación que tenían por el medioambiente en el que se encontraban”.
Los riesgos biológicos a los que estuvo expuesto el equipo no son pocos. Se tuvieron que proteger de virus, bacterias y hasta de los químicos que utilizan, pues muchos son de alto poder cancerígeno.
Tres cuerpos no tenían más de un año de haber muerto y presentaban una ligera preservación de los tejidos blandos en las manos, a pesar de su avanzado estado de descomposición. En la reconstrucción de los pulpejos (parte carnosa y blanda de los extremos de los dedos) estaba la única esperanza de saber la identidad de estas mujeres. Usando geles preservantes y sustancias de relleno fijaron los tejidos hasta poder reconstruir las huellas digitales. Así se confirmaron las identidades de María del Pilar Rincón Muñoz, Adriana Patricia Porras Cruz y Ludy Johanna Lara Saavedra.
Faltaban ocho más por identificar. A estos se les tenía que obtener el ADN. Había pocos datos, ausencia de información; entonces se recogieron muestras de los cuerpos para enviarlas al banco de perfiles genéticos, un software que almacena y procesa la información obtenida del ADN de las personas, relevante para la identificación de coincidencias humanas.
Luego había que convocar a los medios de comunicación para que familiares de personas desaparecidas se acercaran al instituto y aportaran muestras biológicas, como saliva, piel, un cabello, tomadas con un escobillón húmedo y analizadas en solución salina. Así quedan expuestas las células. “Un buen número de familias fueron entrevistadas; de estas se seleccionaron algunas y se les pidió muestras biológicas”, dijo Valdés. Lo mismo se hizo con los cadáveres.
De huesos, ligamentos y músculos, de lo poco que quedaba de estos, se obtuvo el ADN. Así se identificaron tres cuerpos más: los de Sonia Jinneth Martínez Uribe, Jessica Lorena Urrego Patillo y Sandra Lucía Acosta Ramírez. “Estas pruebas tienen una alta confiabilidad. Para que exista la misma secuencia, la probabilidad es de una entre 4 billones de habitantes. Más de los que viven en la Tierra”, dijo Valdés.
Hoy quedan cinco cuerpos sin identificar. Cada familia que llega al instituto es una posibilidad de identificar los nombres de las víctimas. Para el equipo es frustrante no saber con prontitud la identidad del resto de los cuerpos, por lo que convoca a los familiares para que les reporten si creen que sus allegadas fueron víctimas de Valencia.
La carga emocional de los expertos existe. No son insensibles al dolor. “Todos los días, 24 horas, estamos viendo la violencia en la peor de sus formas. Aquí hay padres, esposos. La carga sicológica es altísima; hay médicos que lloran en la morgue. Nosotros nos enteramos de las peores condiciones de las relaciones humanas; los siquiatras analizan las peores mentes. Lo único que nos salva es que amamos la medicina forense”, dijo Valdés, quien lleva 27 años de ejercicio.
Otro episodio fue doloroso: avisarles a las familias de las víctimas de Valencia lo que había sucedido, cada detalle. A todos se les explicaba por qué habían sido demoradas las necropsias. Por doloroso que fuera el relato para las familias es más tranquilizador saber qué pasó y no estar en la completa incertidumbre.
Cinco cuerpos permanecen en Medicina Legal. Allá podrán estar solo unos meses más, días en los que los expertos esperan poder recibir más pruebas, que más personas se acerquen con información veraz.
Si esto no pasa, estos cuerpos tendrán que ser enterrados en algún cementerio, pero seguirán siendo responsabilidad del instituto.“Ya no le damos los cuerpos a cualquier cementerio. Aquí en Colombia hay dos desapariciones, la de la persona y la de su cadáver”. Valdés criticó esta situación con vehemencia.
Son cinco mujeres no identificadas que tuvieron familia, trabajo, amigos, y que engrosan la lista de muertes violentas, que yacieron en manos de un sociópata. “Solo les pedimos a las familias que venzan el miedo de venir, que confíen en el instituto”.
Hoy solo se conocen pequeños retazos de las vidas de estas mujeres. Que Adriana salió de la casa y nunca volvió, que Jessica había sido reportada como desaparecida en agosto de 2010, que Sonia había abandonado su casa dos años atrás, que María había huido de su casa a los 13 años, datos sueltos de mujeres cuyas vidas quedaron enterradas para siempre.
EL TIEMPO