Imagine ese segundo eterno en el que pierde de vista a su pequeño en el centro comercial, en el parque, en cualquier espacio. Imagine que desaparece para siempre. Imagine que durante tres años todos sus días y sus noches se convierten en un llanto que no termina nunca. Una amargura que la va carcomiendo… Hasta que ocurre un milagro.
Toda Colombia conoce la historia de Clara Rojas, la hoy representante a la Cámara por el partido Liberal. El 23 de febrero del 2002 fue secuestrada por las Farc cuando viajaba a San Vicente del Caguán como parte de la comitiva de la entonces candidata presidencial Íngrid Betancourt. Tenía 38 años.
En el 2004 tuvo un hijo en la selva en condiciones extremas que casi le causaron la muerte a los dos y se lo arrancaron de los brazos siendo todavía un bebé. El 10 de enero del 2008, seis años después, la liberaron y pudo ver de nuevo a Emmanuel, que entonces ya tenía tres años. Cuando la vio llegar, a lo lejos, le dijo a sus amiguitos de la casa del Bienestar Familiar donde lo habían acogido: ‘¡Ahí viene mi mamá!’. Ella sintió que si lo abrazaba muy fuerte lo iba a agobiar.
Técnicamente Clara Rojas González pertenece a ese segmento de la población colombiana conocido como mujeres jefas de hogar. En ese capítulo entran las que están solas y también las que tienen pareja pero que, aun así, han asumido la carga económica que demanda una familia. Según datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida ECV 2015, del Dane, el 35,3 por ciento de todos los hogares del país tiene jefe mujer. De ese grupo, el 78,4 por ciento manifestó no tener cónyuge. El año pasado, el 36,2 por ciento de las que estaban solas tenían hijos menores de 18 años.
Ángela María Robledo, representante a la Cámara por la Alianza Verde, recuerda que el Estado colombiano focaliza sus políticas para mujeres jefas de hogar en las que están en situación de pobreza, pero que no hay una política orgánica fuerte que cobije a estas familias. Quizás porque aún hoy pesa el viejo concepto del hogar nuclear compuesto por papá, mamá e hijos.
Emmanuel, que ya es un chico de 12 años, sabe lo que es un hogar monoparental y sabe que, en su caso, Clara ejerce de mamá y papá. En este momento de su vida, dice ella, llegó a su zona de confort. Está serena y feliz. Aquel capítulo oscuro quedó atrás. “Con el secuestro ya asumí mi cuota de dolor”, confiesa.
¿Usted quería ser madre?
Como cualquier mujer en algún momento de la vida. A los 25, quizás a los 30.
¿Qué imaginaba para su vida?
Tenía ese imaginario de la familia normal, la pareja, cada uno trabajando en lo suyo y los hijos. Por eso cuando me dicen que estoy en embarazo no pasó por mi cabeza la idea del rechazo. Igual yo estudié en un colegio de monjas y el tema del aborto es algo que ni siquiera me permití pensar.
¿Cómo ha sido su experiencia?
Digamos que yo tengo una ventaja y es que asumí desde el principio que estaba sola. Si hubiera tenido una actitud diferente estaría sufriendo. Lo que a mí me permitió surgir fue tener la conciencia de que tenía que sacar a mi hijo adelante, y esa conciencia la adquirí cuando recobré mi libertad.
No debió ser fácil
Es que en la medida en que tú no estás pensando en que la otra persona te va a ayudar, y menos en este caso, porque esa persona no existe, pues eso te da un impulso tenaz. Yo no vivo conflictuada; esta es mi realidad y la disfruto. Y eso también es bueno porque se refleja en la tranquilidad del niño.
A pesar de la independencia económica, algunas mujeres siguen generando expectativas sobre la pareja.
Sí, a veces yo noto un tema emocional que las hace patinar, lo cual no quiere decir que a mí no me pase ni mucho menos, pues las mujeres somos vulnerables, pero el hecho de asumir una realidad da mucha tranquilidad. Yo no estoy esperando nada.
Hasta hace unos años hablar de la crianza en solitario equivalía a victimizar y estigmatizar a las mujeres…
Digamos que yo ya no vivo esos prejuicios que tuvieron nuestros antepasados. Hay un cambio de actitud. Mi abuela, por ejemplo, se habría escandalizado. Pero mi mamá también ha sido una mujer de vanguardia porque desde el primer momento en que le dijeron que su hija estaba embarazada nos recibió con los brazos abiertos.
¿Qué ha sido lo más difícil?
En realidad no he vivido situaciones tan fuertes. Desde que decidí iniciar mi vida, la tomo como me llega y trato de disfrutarla sin tener una gran expectativa. El hecho de estar muy cerca de la muerte te da otra visión, otro sentimiento. Y el dolor también forja.
¿Cómo le explicó la situación a Emmanuel?
En términos generales, le he explicado lo mismo que a todo el mundo: que estuve secuestrada, que él nació en la selva y que nunca he tenido noticia del padre. Solo me limito a los hechos, sin entrar a valorarlos. Eso él lo tiene muy presente y por eso entiende que su mamá y su papá soy yo.
¿Y la ausencia de figura paterna cómo se maneja?
La figura paterna es muy importante, por eso me preocupo de que Emmanuel tenga los refuerzos y el apoyo que necesita en ese sentido. Yo tengo la ventaja de que en el colegio los rectores son hombres y eso genera un equilibrio. En la medida en que uno haga el acompañamiento y prepare al niño para entender, no le va a afectar.
Hay una tendencia a creer que los niños de madres en solitario se ven obligados a madurar más rápido. ¿Qué piensa?
Sí, les toca madurar rápido, pero él tiene ambas cosas. Es maduro y a la vez muy gocetas. No pierde su niñez.