Sábado, 23 de Noviembre del 2024
xb-prime


Caterine Ibargüen logró la medalla dorada con 15,17 metros

Publicado el 15/08/16

Era inevitable que los ojos no se encharcaran, era casi que imposible que el corazón no latiera a mil por hora, tampoco era posible que los nervios no se apoderaran de los colombianos y mucho menos que la voz no se entrecortara. Saltar de alegría, llorar de emoción, gritar a todo pulmón ¡viva Colombia! fue lo que se vivió anoche en el estadio olímpico de Río de Janeiro, un escenario que se quedó pequeño, tras el inmenso triunfo de Caterine Ibargüen, la ‘culpable’ de que un país se llenara de orgullo y volviera celebrar un triunfo deportivo tan grande, quizás más grande que el millón 142 mil metros de extensión territorial que tiene el país. (Lea también: Así celebran en redes sociales el oro de Caterine Ibargüen)

Ibargüen dominó a su antojo el salto triple, no hubo ninguna de las rivales que la pusiera contra las cuerdas y en cada salto las hizo ver pequeñas. En el último intento hizo 14 metros 80 centímetros, se paró del foso de arena, buscó con su mirada el DT Ubaldo Duany y le dijo: “Gracias, Duany, gracias”, y se agachó. Un voluntario le pasó la bandera de Colombia, luego recibió el sombrero vueltiao y comenzó a correr.

Brazos arriba, sonrisa de oreja a oreja y la ovación del estadio que la vio triunfadora. Cogió el sombrero con su mano derecha, no soltó el pabellón nacional y se fue a dar la vuelta olímpica, el giro merecido, al que tienen derecho todos los campeones como ella. No soltó la bandera, tampoco el sombrero y cuando llegó a la mitad del estadio se envolvió en el pabellón nacional, se llevó la mano derecha a la cara y se limpió las lágrimas, así como lo hicieron miles de colombianos al verla ganar ese metal dorado.

El primer salto fue de 14 metros 65 centímetros y sus contrincantes le pusieron el listón alto, pero ella estuvo tranquila. En el segundo intento y con el registro de 15,03 m., dejó las cosas claras: “Acá la que mando soy yo”. Pero la competencia no estaba ganada.

Antes de cada intento pidió los aplausos, miró a la tribuna, levantó los brazos y solicitó que la acompañan en cada zancada. Cerca, las banderas colombianas no dejaron de ondear y el coro de ‘Caterine, Caterine, Caterine! se escuchó en cada rincón de un estadio colmado, al que no le cabía una persona más, porque era la noche esperada, el momento indicado para ver a Usain Bolt, el hombre más rápido del mundo, ganando la competencia más importante: los 100 metros planos.

Con el 15.03 metros el oro no estaba asegurado, pero sí la tranquilidad, porque solo la venezolana Yumilar Rojas la forzó a saltar más, la presionó, pero Caterine respondió como siempre lo ha hecho, mejorando la técnica y con un cuarto salto sensacional llegó un 15,17 m con el que le tapó la boca a sus detractores y selló una victoria increíble, sensacional, que puso al país a corear su nombre.

Llevaba cuatro años buscando este oro, trabajó día y noche para ganarlo, al lado de su técnico Caterine desarrolló un plan para quedarse con el máximo título que un deportista colombiano le ha entregado al país en el atletismo. Desde aquel 5 de agosto de 2012 cuando perdió el oro con Olga Rypakova en la final olímpica, esta colombiana de 32 años no ahorró energías y no dejó de luchar por conquistar el oro.

Caterine hizo llorar a un país, convenció al mundo de que es la mejor del planeta, llevó a una nación a ser feliz, a experimentar una alegría en una nación que vive en medio de problemas de corrupción y donde la gente se muere esperando que la atiendan en un hospital. La parte oriental del estadio fue una mancha amarilla. Los aficionados compraron las boletas del sector oriental para verla de cerca y allí estuvieron. Ibargüen calculó cada secuencia de los pasos, supo en qué momento cambiar de pierna e impulsarse de la mejor manera.

Exigió su cuerpo al máximo, trató de llegar lo más cerca posible a la tabla de batida, calculando milimétricamente los centímetros para no pisar la zona prohibida y evitar la anulación del intento. Extendió los brazos lo más que pudo, su excelente manejo aerodinámico era clave para aumentar la posibilidad de caer lo más lejos posible, y así logró el 15,17 m., la marca que no se borrará de su mente ni la de los 42 millones de colombianos que emprendieron carrera, se elevaron en busca de tocar el cielo y cayeron en el foso de arena como lo hizo Caterine. (Además: ‘Hay Caterine para rato’: Caterine Ibargüen)

La prueba terminó, Ibargüen fue la mejor, la nueva campeona olímpica, un título merecido, que no le fue esquivo, el que consiguió a punta de sacrificio, valor y mucho entrenamiento.

Ibargüen no pudo escoger un mejor escenario para lograr el triunfo más significativo de su carrera, fue en Río de Janeiro, en Brasil, un país igual al suyo, en el que también las victorias de los deportistas hacen olvidar los problemas de corrupción y en el que también la gente se muere esperando que la atiendan en un hospital.

Hoy, el nombre de Caterine Ibargüen es sinónimo de sentimiento patrio, de amor a una nación que la ha acompañado prueba a prueba en estos últimos cuatro años en busca del oro, una medalla que por fin llegó, que ya tiene y de la que cada colombiano se siente orgulloso. Caterine es el ejemplo del colombiano luchador, del que no se da por vencido, del hombre o la mujer que lucha día a día para superarse, por este triunfo, por este oro es que hoy una nación entera amanece con la sonrisa de la protagonista de esta hazaña.



Comments are closed.