Sábado, 23 de Noviembre del 2024
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Los líderes europeos piden unidad y arremeten contra los nacionalismos

Publicado el 25/03/17

Desde la caída del Muro, el centro geográfico de Europa se ha situado en los lugares más variopintos: un mercado lituano, una granja francesa, un pequeño pueblo belga, la campiña bávara. Hoy, el centro de la Unión Europea vuelve a Roma: los líderes europeos han elegido la misma sala del bellísimo Palacio de los Conservadores, en el Campidoglio, en la que se firmó el Tratado fundacional de la UE para conmemorar el 60º aniversario. Los hechos son siempre menos fascinantes que las expectativas: los fastos incluyen discursos sentidos –y largos—, alguna que otra saeta de primera magnitud y mucha, mucha pompa. Los Veintisiete jefes de Estado y primeros ministros, ya sin el díscolo Reino Unido, han firmado una declaración solemne que termina exactamente igual que se cerraba la declaración en la que celebraron los 50 años: “Europa es nuestro futuro común”. En medio, una década de crisis que ha fracturado la Unión de Este a Oeste (por la crisis de refugiados), de Norte a Sur (con la crisis del euro) y sobre todo ha alargado la distancia entre ambos lados del Canal. Reino Unido se va, y su primera ministra, Theresa May, no ha asistido al acto.

Los líderes han hecho un llamamiento a la unidad de la Europa de los Veintisiete. Han alertado del “desapego” de la ciudadanía con Europa, según el presidente de la Eurocámara, Antonio Tajani. Y han arremetido contra las “tensiones nacionalistas”, según el anfitrión, el primer ministro italiano Paolo Gentiloni; contra los riesgos de una Europa cada vez más dividida en asuntos como la migración, la economía, el terrorismo y con el desafío que genera el auge de partidos populistas, ha añadido en un brillante discurso el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.

No ha habido referencias al Brexit, el elefante en la habitación que marcará los próximos pasos de la Unión, decidida a avanzar en seguridad y defensa –lo único para lo que hay consenso—, y con grandes planes (tan grandes como quizá poco realistas) en el resto de agendas, en las que se ven más las diferencias que los acuerdos. La Declaración de Roma subraya ese acento en la defensa: los 27 quieren “una Europa segura y protegida”, con “fronteras exteriores protegidas y una política migratoria eficaz”, “fuerte en la escena mundial”, dispuesta incluso a “asumir más responsabilidades” en los conflictos globales.

Para ello, los líderes lanzan el citado mensaje de unidad, más necesaria que nunca después del divorcio británico. Pero a la vez dejan abierta la puerta a “avanzar a diferentes ritmos e intensidad donde sea necesario”, en un mensaje cifrado para la Europa del Este que ha levantado ampollas durante las últimas semanas. A la salida de la ceremonia, la canciller alemana Angela Merkel quiso resaltar además que los líderes que presentes en Campidoglio se han comprometido además a “luchar decididamente contra el desempleo juvenil”.

En Roma ha habido varias flechas por ese flanco. La más dura, la del polaco Tusk, presidente del Consejo, que ha recordado que en 1957 “nadie pensaba en una Europa de dos velocidades”, en lo que parece un ataque a esa propuesta francoalemana. Inmediatamente después, ha atacado a Polonia, el país que más claramente se opone a las geometrías variables: “No basta con llamar a la unidad y protestar contra las múltiples velocidades: es más importante respetar nuestras reglas, nuestros valores, nuestras libertades”, ha espetado Tusk. Polonia tiene varios expedientes abiertos por sus recientes cambios legales relativos a libertades como la de prensa.

La ceremonia y la declaración son la reacción europea a un revuelo electoral sin precedentes, que pone a prueba a la Unión: los Farage, Le Pen, Wilders, Petry, Salvio son un desafío para la construcción europea, aunque las recientes elecciones en Holanda han roto la dinámica iniciada con el Brexit y, al otro lado del Atlántico, Donald Trum. Francia prolonga el suspense del riesgo ultra: el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha hecho un llamamiento a los franceses para que den “una gran respuesta” en las presidenciales de mayo y piensen dos veces antes de votar. “Francia es Francia”, ha dicho. “El papel de Francia en la UE es clave, y va a seguir siéndolo” a pesar de los mensajes antieuropeos y nacionalistas de Le Pen, le ha secundado Gentiloni.

La Declaración de Roma, suscrita finalmente por los 27 líderes que siguen a bordo de la UE –a pesar de ciertas presiones de Grecia y Roma—, es un juego de equilibrios, diplomático y medido hasta el extremo. Y en el que cada cual ha defendido sus intereses: el texto hace una referencia ambigua al “Estado de derecho”, que la mayoría de los países vinculan a ciertas actitudes en el Este. España ha presionado de lo lindo para incluir esa referencia, aunque más en el sentido de la importancia de cumplir las leyes: en relación a Cataluña. El presidente Mariano Rajoy admitido hoy que esa referencia es demasiado indirecta como para sacar conclusiones. Pero ha sido muy directo ante la prensa: “La alternativa al cumplimiento de la ley es la nada, por no decir la selva. A nadie se le ocurre pensar que Europa vaya a dar su apoyo a nadie que no vaya a cumplir la ley”, ha dicho en una rueda de prensa en la Embajada de España, en relación a un eventual referéndum no pactado. Nadie más, en la ceremonia, ha hecho la más mínima referencia a ese asunto.



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