Cuando Donald Trump mira al sur, no ve un país amigo. Ni a su segundo socio comercial, ni siquiera un lugar donde sus empresas han invertido 150.000 millones de dólares en una década. Cuando el presidente de Estados Unidos pone la vista en México lo que advierte es un espacio letal y peligroso. Un nido de criminales azotado por las drogas ante el que hay que construir lo antes posible un muro. O como afirmó hoy en Twitter: “México acaba de ser clasificado el segundo país más mortífero del mundo, sólo por detrás de Siria. El tráfico de drogas es la causa. ¡Construiremos un muro!”.
La andanada, basada en un estudio con graves errores metodológicos, no es nueva. Trump lleva dos años humillando al pueblo mexicano. Empezó en junio de 2015 acusando a sus vecinos de llevar a Estados Unidos “drogas y violadores” y pidiendo un muro para evitarlo. De nada sirvieron las protestas del Gobierno de Enrique Peña Nieto, el multimillonario subió el octanaje de sus ataques y acabó exigiendo que el muro lo pagasen los propios mexicanos.
La Cancillería mexicana ha negado las acusaciones de Donald Trump y ha achacado la violencia a “la alta demanda de drogas en EE UU”. A través de un comunicado, ha desmentido que México sea el segundo país más violento del mundo al señalar que la tasa de homicidios, según cifras de Naciones Unidas, está “muy por debajo de la de varios países de la región”.
Además, la Secretaría de Relaciones Exteriores ha tendido la mano al Gobierno de Trump con el que esperan “seguir trabajando en el combate a las drogas ilícitas”.
Su vociferante escalada nunca ha sido casual. El primer golpe lo dio justo al anunciar su candidatura a la presidencia. Desde entonces, cada disparo le ha resultado rentable. Para el núcleo de su electorado, blanco y empobrecido, los mexicanos representan el competidor. El otro. Aquel que les puede arrebatar el puesto de trabajo o simplemente a quien se puede echar las culpas de casi todo.
Trump es consciente de ello y lo emplea cada vez que anda en la cuerda floja. Como ahora. La trama rusa, la debilidad de su reforma sanitaria y la salida del pacto contra el cambio climático le han dañado en las encuestas. Apenas el 36% de los ciudadanos, según Gallup, aprueba su gestión. Es el peor resultado desde el inicio de la serie histórica en 1953.
Para compensar el desgaste, Trump recurre a sus fortalezas: terrorismo, economía e inmigración (México). Usa estos temas como catapultas. Los lanza y espera el efecto en las encuestas. De ahí, que tras un largo silencio sobre su vecino del sur, nacido de las conversaciones abiertas por la delicada renegociación del Tratado de Libre Comercio, haya vuelto a la carga. El miércoles lo hizo en un mitin en Iowa. Allí prometió un muro repleto de paneles solares. “Bastante imaginativo, ¿verdad? Ha sido idea mía”, dijo ante su audiencia. Y hoy, en Twitter, ha sido un muro para contener a los criminales.