Si hay alguien con un pie en la calle en Washington, ese es el fiscal general, Jeff Sessions. Su antiguo amigo y aliado, Donald Trump volvió a hacérselo sentir esta mañana. En una serie de tuits de primera hora, el presidente dejó claro su disgusto con Sessions. En esta ocasión fue por su actitud ante el caso de los correos electrónicos de Hillary Clinton y las filtraciones de los servicios de inteligencia. Trump calificó de “muy débil” la posición del fiscal, al tiempo que se quejaba de la inexistencia de una investigación sobre los supuestos “esfuerzos ucranios” para sabotear su campaña electoral.
La reprimenda pública abre nuevamente la puerta a las especulaciones sobre su inminente destitución. Desde hace una semana apenas hay un día que pase sin que al fiscal general no le llegue una andanada desde la Casa Blanca. El lunes el presidente dijo que Sessions vivía “asediado”, el fin de semana se quejó de que no se investigase con el mismo ahínco los correos de Clinton que la trama rusa y el miércoles pasado, en una entrevista a The New York Times, afirmó que Sessions jamás tendría que haberse recusado de la investigación de la trama rusa. “Y cuando lo iba a hacer me lo tendría que haber dicho previamente y yo habría elegido a otro para el puesto”, afirmó el presidente.
Sessions ha mantenido ante los ataques un silencio estoico. Cuando hace dos meses emergieron las desavenencias, se supo que había ofrecido su dimisión y que Trump la había rechazado. Pero en aquel momento, el pulso era soterrado. Ahora, es público y creciente, hasta el punto de que los medios estadounidenses ya barajan nombres de sustitutos como el antiguo alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, quien tuvo un papel muy activo como asesor durante la campaña electoral. En un gesto destinado a aclarar su posición, Giuliani salió en defensa de la decisión de Sessions de recusarse de la trama rusa después de que se conociesen sus conversaciones con el antiguo embajador ruso en Washington.