Si la guerra comercial entre Estados Unidos y China tiene una hora H, esa es esta medianoche en Washington. Una ronda de aranceles sobre productos chinos por valor de 34.000 millones de dólares anuales entró en vigor un minuto después de las 12 de la noche, convirtiéndose en el primer bombardeo duro de una contienda declarada hace meses. La respuesta china fue inmediata y de la misma intensidad.
Las negociaciones mantenidas entre ambas potencias los últimos meses han fracasado. Las promesas de apertura del régimen chino no han convencido en Washington, donde no solo la Administración del republicano Donald Trump acusa a Pekín de competencia desleal, sino también los demócratas, aunque difieren de la estrategia impulsada por el magnate neoyorquino para reducir el desfase comercial con el gigante asiático y, aun más, del hecho de que ponga a los países aliados en el mismo saco.
El lote afectado ha dejado fuera finalmente aquellos artículos que compran las familias estadounidenses, como los teléfonos móviles o los aparatos electrónicos, pero el impacto se podrá sentir igualmente en la economía estadounidense: muchas factorías, como las automovilísticas, reciben componentes de otras plantas chinas.
China, que había prometido una reacción inmediata, se abstuvo en un primer momento de anunciar que efectivamente sus aranceles entraban en vigor, lo que creó confusión sobre cuál era exactamente la respuesta de Pekín. La falta de un comunicado oficial de las autoridades aumentó las dudas al respecto. Horas más tarde, la agencia oficial Xinhua confirmó que las tarifas se activaron un minuto después de que lo hicieran las estadounidenses, siendo los productos afectados los mismos que aparecieron en una lista anunciada a mediados de junio, es decir, 545 categorías como la soja, el cerdo, el acero, el wiski o los automóviles, entre otros. Un volumen de mercancías cuyo valor de importación asciende a otros 34.000 millones que recibe una tasa adicional del 25%. Desde la Oficina de Aduanas aseguraron a este periódico que las medidas arancelarias “se implementaron tan pronto como entró en vigor el aumento de tarifas en Estados Unidos”.
El Ministerio de Comercio chino, en un comunicado, cargó duramente contra la administración estadounidense, acusándola de “bullying” y de “poner en riesgo la cadena de valor global”. También consideró que EE UU “ha lanzado la mayor guerra comercial de la historia económica hasta la fecha”.
“La parte china prometió no realizar el primer disparo, pero para defender los intereses fundamentales del país y los de su gente, nos hemos visto forzados a contraatacar”, dice el texto. Las autoridades, además, han anunciado que el país acudirá a la Organización Mundial del Comercio (OMC) para denunciar la acción estadounidense y que trabajará con otras naciones “para salvaguardar conjuntamente el libre comercio y el sistema multilateral”.
Tras esta oleada, hay una lista adicional preparada en Washington para otros 284 productos chinos (estos sí de consumo) por un montante de 16.000 millones que se encuentra en consultas y que también será respondida por China. Además, ambas potencias se han cruzado amenazas de nuevos gravámenes aduaneros por hasta 400.000 millones más.
Pekín ha prometido ayudas para aquellas compañías que más sufran el impacto de estas tarifas. Los mercados financieros del país han acusado estos meses de amenazas comerciales con Estados Unidos -el principal índice del país se ha dejado un 17% en lo que va de año-, en un momento en que las autoridades tratan además de reducir los riesgos derivados de un aumento súbito de la deuda en los últimos años. La moneda china, el yuan, también ha sido víctima de la incertidumbre y ha perdido más de un 3% de su valor frente al dólar en el último mes.
Una tensión semejante entre las dos mayores potencias del mundo puede tener consecuencias globales, dado lo interconectado de todas las economías. El pulso librado por Trump encuentra muchas resistencias en su propio país, por el perjuicio que puede causar en muchos negocios de marcas emblemáticas como Harley Davidson o Jack Daniels a cualquier fabricante de componentes para el automóvil de Wisconsin.
La Cámara de Comercio de EE UU, el mayor lobby del país, ha pedido al Gobierno que reconsidere su estrategia. Muchos Estados afectados, de Pensilvania a Michigan pasando por el citado Wisconsin, son plazas electorales que le llevaron al poder. En un comunicado esta misma semana, el presidente de la entidad, Thomas Donohue, señaló que los aranceles estaban ya empezando a ser “un peaje para los negocios, los trabajadores, los granjeros y los consumidores estadounidenses”, ya que “los mercados internacionales se cierran a los productos estadounidenses y estos se encarecen aquí”.
Las actas de la Reserva Federal correspondientes a su reunión de junio, hechas públicas este mismo jueves, ya reflejan las primeras reacciones negativas. Algunos negocios, según abordaron en la reunión, habían decidido cancelar o posponer planes de inversión debido a la “incertidumbre” de la política comercial.
Pero Trump libra esta batalla con el viento a favor, con la economía acelerando el paso en el segundo trimestre del año y un mercado laboral con cifras de vértigo. El vigor envalentona su discurso. El presidente de EE UU ha llegado a decir que, en primera instancia, una guerra comercial “puede causar un poco de daño”, pero que en el largo plazo supondrá una victoria.
La postura no afecta solo a China. Washington ha abierto también la contienda hacia la Unión Europea y sus socios y vecinos Canadá y México. En el caso chino, sin embargo, la pugna va más allá de las cifra de déficit comercial (más de 300.000 millones a favor de China), lo que subyace es una carrera entre potencias, económica, militar y política. La tensión crece en un momento en el que se trata de pactar la desnuclearización de Corea del Norte, objetivo en el que el entendimiento entre ambos países resulta clave.