La buena noticia es que el proceso de negociación sobre el programa nuclear norcoreano continúa adelante y Pyongyang ha ofrecido algunos pasos concretos hacia su desarme atómico. La no tan buena, que los pasos adelante siguen siendo más simbólicos que sustanciales. Corea del Norte ha anunciado que desmantelará su centro de pruebas de misiles en Tongchang-ri bajo la supervisión de “expertos extranjeros”, y ha abierto la posibilidad de hacer lo mismo con su central nuclear de Yongbyon. Pero ─y es un gran pero─, para acceder a lo segundo, reclama que Estados Unidos también mueva ficha. Como venía haciendo hasta ahora.
Los dos líderes coreanos, Kim Jong-un y Moon Jae-in, comparecieron este miércoles ante la prensa, al término de su segunda jornada de conversaciones en Pyongyang, para anunciar la firma de una declaración conjunta. Una declaración que, según la interpreta Seúl, equivale a una declaración de facto sobre el fin de la guerra en la Península (1950-1953, detenida hasta ahora por un armisticio) y el comienzo de un proceso de paz entre los dos vecinos.
La cumbre de tres días tenía como objeto principal reactivar las negociaciones sobre desnuclearización entre Corea del Norte y Estados Unidos, en punto muerto después de la cumbre de Singapur entre Kim y el presidente estadounidense, Donald Trump, en junio. Ambas partes exigían que la otra diera el primer paso: Pyongyang reclamaba que Washington accediera a un tratado de paz que pusiera fin definitivo a la guerra coreana; EE UU, que el régimen de Kim diera pasos específicos para desarmarse, como la entrega de una lista de sus equipos nucleares o el permiso a inspectores internacionales para examinar sus instalaciones.
A través de la mediación de Moon, el hombre que más capital político ha invertido en mantener el proceso de negociación a flote, el líder norcoreano ha ofrecido una pequeña pero significativa rama de olivo. Pequeña porque renunciar a Tongchang-ri no le supone nada: tras haber probado satisfactoriamente sus misiles más potentes el año pasado, no necesita un centro dedicado a completar más ensayos. Significativa porque abre el camino a un paso mayor, la posibilidad de que desmantele la central nuclear en la que se cree que ha producido su plutonio.
Con esta iniciativa, Pyongyang deja ahora la pelota del lado de Estados Unidos, que debe decidir si la oferta le parece suficiente para continuar las conversaciones o no. Algunos analistas han recordado que Corea del Norte ya inutilizó parcialmente la central en 2008, para retomar la actividad nuclear cuando las negociaciones de entonces fracasaron. E incluso si decidiera desmantelarla de manera irreversible, el régimen de Kim conservaría las bombas nucleares que ya ha fabricado, y que los analistas calculan que pueden sumar varias decenas.
Por el momento, la primera reacción de Trump, el hombre que tiene la palabra final, ha sido positiva. En un tuit, ha comentado con satisfacción ─y escasa precisión─ que el Norte va a “permitir Inspecciones Nucleares, sujetas a negociaciones finales, y a desmantelar permanentemente un sitio de pruebas y lanzamientos en presencia de expertos internacionales”.
Según ha adelantado Seúl, Moon viajará la semana próxima a Estados Unidos para participar en la apertura de la Asamblea General de la ONU, y se reunirá con Trump el día 24 para ponerle al corriente de sus deliberaciones con Kim.
Ambos presidentes “podrán abordar maneras de acelerar las conversaciones sobre desnuclearización entre el Norte y Estados Unidos”, ha declarado a la prensa surcoreana el consejero de Seguridad Nacional de Moon, Chung Eui-yong. “Esperamos que ocurra pronto una cumbre entre el Norte y EE UU”, ha agregado. En una carta a Trump, Kim ha propuesto una segunda reunión entre ambos para dar seguimiento a sus conversaciones en Singapur
En la cumbre de Pyongyang, los dos líderes coreanos acordaron también una serie de medidas para reducir la tensión y evitar el riesgo de una escaramuza que pudiera derivar en un peligroso conflicto armado: se eliminarán las maniobras de artillería cerca de la frontera y se establecerá una zona de exclusión aérea en torno a la Zona Desmilitarizada.
Además, Kim Jong-un ha prometido que visitará Seúl, algo que Moon ha dicho que ocurrirá antes de final de año “salvo circunstancias especiales”. No es la primera vez que un líder norcoreano hace esa promesa: su padre, Kim Jong-il, ya se comprometió a devolver la visita de Roh Moo-hyun en 2007. Pero aquello nunca llegó a ocurrir, y si el joven mandatario efectúa ese viaje, será el primer jefe supremo de su país en pisar la capital del Sur desde la guerra. Una visita que, ocurra lo que ocurra, pasará a la historia por su simbolismo.
En un gesto pensado para demostrar unidad, tras el éxito de la participación conjunta en los Juegos Olímpicos de Pyeongchang en febrero pasado, los dos países presentarán una candidatura conjunta para organizar los Juegos de verano de 2032. En el terreno económico, se han comprometido a celebrar una ceremonia de conexión de sus líneas férreas en sus costas este y oeste. También a reabrir en cuanto lo permitan las “circunstancias” ─léase las sanciones internacionales contra el programa de armamento de Pyongyang─ el polígono industrial conjunto de Kaesong, cerrado después de la cuarta prueba nuclear norcoreana en 2016, y las visitas turísticas surcoreanas al monte Kungang, en el lado norte de la frontera.
“El Norte y el Sur impulsarán sus intercambios y cooperación sobre una base de reciprocidad, interese compartidos y prosperidad, y propondrán medidas sustanciales para desarrollar la economía nacional”, indica el comunicado.
El presidente surcoreano concluirá este jueves una visita a Pyongyang que para él, hijo de refugiados que huyeron del Norte durante la guerra, ha tenido visos especialmente emotivos. Tras asistir esta noche a una sesión de los Juegos de Masas, el espectáculo de movimientos rítmicos cuidadosamente coreografiado en honor de los líderes y en el que participan decenas de miles de personas. Antes de emprender regreso a Seúl, el jueves visitará el monte Paekdu, en un gesto cargado de simbolismo. Este volcán es el símbolo de la cultura coreana y la propaganda del Norte asegura que Kim Jong-il nació allí.