Un millón de los ocho millones de especies animales y vegetales existentes están amenazadas de extinción y podrían desaparecer en solo décadas si no se toman medidas efectivas, urgentes y decisivas. El informe de la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES), presentado este lunes en París, no se anda con rodeos. Se trata, subraya, de un “declive sin precedentes” en la historia de la humanidad. Y el impacto no es solo medioambiental. También amenaza buena parte de los objetivos de desarrollo sostenible fijados por Naciones Unidas. Y, por supuesto, la economía. Maltratar a la naturaleza significa frenar la lucha contra la pobreza, el hambre o por una mejor salud del ser humano. El tiempo apremia más que nunca, subrayan los expertos, que instan a actuar tanto a nivel global como local.
“Los ecosistemas, las especies, la población salvaje, las variedades locales y las razas de plantas y animales domésticos se están reduciendo, deteriorando o desapareciendo. La esencial e interconectada red de vida en la Tierra se retrae y cada vez está más desgastada”, advierte Josef Settele, uno de los autores principales del informe. “Esa pérdida es la consecuencia directa de la actividad humana y constituye una amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del mundo”.
El informe identifica y, por primera vez clasifica, los cinco impulsores directos —que también se han acelerado en los últimos 50 años, según las investigaciones— de los cambios en la naturaleza con mayor impacto relativo global. El primero son cambios en el uso de la tierra y el mar: tres cuartas partes del medioambiente terrestre y alrededor del 66% del marino se han visto “significativamente alterados” por la acción humana. Le sigue la explotación de organismos —el 33% de los recursos pesqueros marinos eran explotados a niveles insostenibles en 2015— y, en tercer lugar, aunque cada vez con mayor relevancia, el cambio climático: las emisiones de gas de efecto invernadero se han duplicado desde 1980 y han provocado el aumento global de la temperatura en al menos 0,7 grados centígrados. Otro de los factores es la contaminación —la polución plástica se ha multiplicado por diez desde 1980— y, finalmente, las especies foráneas invasoras, que han aumentado un 70% desde 1970 en al menos 21 países.
Informes alarmistas abundan desde hace tiempo. Este no es uno más. Elaborado durante los últimos tres años por 145 expertos de 50 países y con colaboraciones de otros 310 especialistas más, el estudio Evaluación Global sobre Biodiversidad y Ecosistemas, de más de 1.500 páginas, es uno de los más amplios realizados a escala mundial —evalúa los cambios en las últimas cinco décadas— y el primero que analiza la situación de la biodiversidad desde 2005. Aunque no será publicado en totalidad hasta más entrado el año, el resumen de las conclusiones, aprobadas tras una reunión de una semana de la IPBES, un organismo independiente impulsado por la ONU, en la sede de la Unesco en París, no es nada alentador.
“La vida en la Tierra se está deteriorando rápidamente en todo el mudo y virtualmente todos los indicadores del estado global de la naturaleza están decreciendo”, subrayó Settele al presentar el informe en rueda de prensa en París. “Ya nadie podrá decir que no sabemos que estamos dilapidando nuestro patrimonio mundial común”, acotó la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay.
Una amenaza muy grave y real
De los ocho millones de especies que existen actualmente en el planeta —incluidos animales, insectos y plantas—, un millón está amenazado de extinción. Y esta se está “acelerando”: en los últimos 40 años, ha aumentado el riesgo de extinción total de especies. “La velocidad de extinción es centenares de veces mayor que la natural”, según Paul Leadley, uno de los autores del informe.
Más del 40% de las especies anfibias, casi un tercio de los arrecifes coralinos, tiburones y especies relacionadas, así como más de un tercio de los mamíferos marinos están amenazados. Más difícil es hacer esta estimación, señalan los expertos, en el caso de los insectos, pero consideran que las pruebas existentes permiten hablar de un 10% de especies amenazadas. Y las consecuencias, advierte nuevamente Leadley, son directas para la especie humana. “Dependemos de la biodiversidad y por tanto esa pérdida tiene consecuencias para nosotros”, subraya y pone un ejemplo sencillo: “El declive constatado de los polinizadores tiene efectos potencialmente muy negativos sobre la polinización de frutas y legumbres, o para el chocolate o el café. Son consecuencias directas”.
Desde el siglo XVI, al menos 690 especies vertebradas han sido llevadas a la extinción y más del 9% de todos los mamíferos domesticados usados para alimentación y agricultura se habían extinguido en 2016. Al menos 1.000 más están todavía amenazados, continúa el informe.
Aunque este no especifica cuáles son las regiones más afectadas, la bióloga argentina Sandra Díaz, que copresidió el proceso de evaluación, indicó que son muchas áreas en América Latina, algunas en el sureste asiático y también buena parte de África. “Pero globalmente, todo el mundo debería estar preocupado, porque estamos crecientemente interconectados y lo que pasa en una región, inevitablemente tendrá repercusiones en el resto del mundo”, puntualizó. “Somos una única red de vida interconectada. Y esto no es una metáfora”.
El informe deja claro que no se pueden separar objetivos de medioambiente de metas de desarrollo. La actual tendencia negativa en biodiversidad y ecosistemas “minará” los avances en el 80% de las metas estimadas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU fijados para 2030, especialmente en materia de fin de la pobreza, hambre, salud, agua, ciudades sostenibles, clima, vida submarina y ecosistemas terrestres (los objetivos 1, 2, 3, 6, 11, 13, 14 y 15).
“Los objetivos para conservar la naturaleza y lograr la sostenibilidad no pueden ser logrados con la trayectoria actual, y las metas fijadas para 2030 y más allá solo se conseguirán mediante cambios transformativos de carácter económico, social, político y tecnológico”, recalcan los expertos.
Acciones urgentes
Se puede detener esta “crisis”, explica Leadley, pero ello va a requerir “una transformación de nuestro modo de desarrollo”. Y una implicación a todos los niveles.
Entre las políticas a cambiar están los “subsidios malos para el medioambiente” como los de la industria energética, el transporte o a la agricultura, señaló el hasta ahora presidente del IPBES, Robert Watson, para quien los gobiernos también tienen que abandonar el uso del PIB para calcular la riqueza e incorporar el capital natural y humano de sus países, “que sería una mejor medida”. “Necesitamos un paradigma económico modificado para un futuro más sostenible”, dijo. Pero también los ciudadanos de a pie pueden aportar su grano de arena, cambiando por ejemplo sus hábitos de consumo, según los expertos. Estos señalan también a las comunidades indígenas, en cuyos territorios la biodiversidad está mucho mejor preservada, como un modelo a seguir.
“Nuestro saber local, indígena y científico está demostrando que tenemos soluciones, así que basta de excusas, tenemos que vivir de manera diferente en la Tierra”, dijo el administrador del Programa de Desarrollo de la ONU, Achim Steiner.
Tras tanto panorama pesimista, un rayo de esperanza: “Hemos visto ya las primeras acciones e iniciativas para un cambio transformativo, como políticas innovadoras por parte de muchos países, autoridades locales y empresas, pero especialmente por gente joven en todo el mundo”, valoró Watson. “Desde los jóvenes tras el movimiento #VoiceforthePlanet, a huelgas escolares por el clima, hay una corriente de comprensión acerca de la necesidad de una acción urgente si queremos asegurar algo parecido a un futuro sostenible”.
FUENTE: EL PAÍS