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Pablo Milanés homenajea a los clásicos del jazz en inglés

Publicado el 25/05/19

Después de más de medio centenar de álbumes grabados y cientos de canciones compuestas a lo largo de su carrera, muchas de ellas auténticos himnos de la trova y la canción cubana, caer en los dulces brazos del jazz y de los estándares norteamericanos de toda la vida era algo que, antes o después, inevitablemente iba a sucederle a Pablo Milanés. El resultado se llama Standars, un disco donde versiona clásicos de Frank Sinatra, Nat King Cole o Ella Fitzgerald, cantadas en inglés. El álbum, grabado entre el 14 de febrero y 1 de marzo de 2017 en el estudio de Milanés en La Habana y editado en Cuba por Bis Music, saldrá en las próximas semanas en todo el mundo.

Fly Me to the Moon, For Sentimental Reasons o I’ve Got You Under My Skin eran temas que lo habían vuelto loco en su juventud, cuando el filin y el jazz hacían estragos en locales como el Karachi, Las Vegas o el Havana 1900, donde durante algún tiempo funcionó el Club Cubano de Jazz y los fines de semana llegaban a tocar músicos norteamericanos como Zoot Sims, el trompetista Vinnie Tano (de la banda de Stan Kenton) o el pianista Kenny Drew. Pablito tenía entonces 16 o 17 años y era enfermo a aquella música —terminaba la década del cincuenta— que cultivaban en la ciudad Bebo Valdés, Armando Romeu o el pianista Frank Emilio Flynn, al que siempre que veía hacía la misma petición: “Maestro, All the Things You Are”.

Milanés era amigo del dueño del Havana 1900 y se colaba allí cada vez que podía. Era más caro entrar a los grandes cabarés, como Tropicana o el Sans Souci, que programaban actuaciones de bandas legendarias como la de Tommy Dorsey, o de grandes del jazz como Nat King Cole o Sarah Vaughan, que llegaron a coincidir en La Habana de finales de los años cincuenta actuando en lugares distintos el mismo día. “Era un ambiente increíble, sus músicos tocaban con los grandes músicos cubanos, con Frank Emilio, con Bebo, con Guillermo Barreto, con Cachao…”. Hubo jam sessions legendarias, como la que tuvo lugar en Sans Souci con Sara Vaughan y su trío, que quedó para los libros. Esa noche improvisaron juntos Frank Emilio y el contrabajo de Sarah, Richard Davis, que en un momento de la noche le pidió a Frank que le acompañase en The Nearness of You. Al preguntarle si se la sabía, el pianista cubano, que era ciego, asintió: “¿En que tono la quieres, mulato?”.

“Era la época de las descargas y del feeling, había cantantes de voz fabulosa, como Regino Tellechea, que tocaba con la orquesta de Felipe Dulzaides, que interpretaba todos aquellos temas maravillosos que nos sabíamos de memoria”, recuerda Pablo. La Nueva Trova no había nacido, pero cuando lo hizo y triunfó Milanés siempre consideró que encasillarlo a él únicamente en ese género era simplificar las cosas, pues toda esa influencia de la música norteamericana siempre estuvo en su obra (no por casualidad uno de los primeros directores de su banda en los años setenta fue el destacado jazzista cubano Emiliano Salvador).

La miel del jazz de nuevo volvió a llenarle la cabeza de pájaros cuando, en 2007, grabó con Chucho Valdés Más allá de todo, con temas compuestos por este y letras suyas. Surgió entonces la idea de hacer juntos un disco, en el que por primera vez Pablo Milanés cantaría en inglés los estándares del jazz y de la canción norteamericana que siempre quiso hacer. Pasaron 10 años. Por compromisos de ambos el proyecto no se materializó, hasta que Pablo decidió convocar al pianista Rolando Luna, al contrabajista Gastón Joya y al percusionista Ramsés Rodríguez, tres grandes del jazz cubano contemporáneo, que se enrolaron junto a él en la aventura. La solvencia de Joya —que durante años trabajó con Chucho—, de Luna —quien tras la muerte de Rubén González le sustituyó en el Buena Vista Social Club—, y la grandísima batería de Ramsés —hasta hace poco compañero de Roberto Fonseca en Temperamento— lo hicieron todo fácil.

Los diez temas de Standars fueron seleccionados por Pablo, que buscó versiones de las canciones interpretadas por Frank Sinatra, Nat King Cole, Ella Fitzgerald y otros gigantes. La cocina del disco fue aproximadamente como sigue: a eso de las cuatro de la tarde llegaba Pablo al estudio y le pedía a su ingeniero de sonido, Berty, que pusiera la versión del tema que iban a grabar. Después de escucharlo juntos los cuatro (una o dos veces, a lo más) empezaba el ensayo y la sandunga bajo la batuta del cantante: “Más suavecito aquí, con aceite, como para enamorar…”, “Ramsés, acuérdate de repartir con Rolando en la improvisación…”, “¡Oyeeee, no te mandes¡”.

En media hora o tres cuartos ya todo estaba hablado y listo para grabar. A veces la primera toma era la buena, otras la segunda —terceras casi no hubo—, y cuando estaba satisfecho Pablo a veces soltaba: “deja que yo le ponga corazón”, en referencia a la voz definitiva en inglés que grabaría después. Así, sin casi darse cuenta, una a una fueron cayendo las versiones… Stardust, Autumn Leaves, As Time Goes By, Stella by Starlight, Lullaby of Birdland, Wild Is the Wind (además de las cuatro mencionadas al comienzo). Se respetó el espíritu original, pero cada tema fue creciendo y enriqueciéndose sutilmente, hasta adquirir calidez y personalidad propia… No es difícil darse cuenta de que detrás de su melodía hay músicos cubanos.

Durante las sesiones de grabación, entre compases, bromas y alguna cerveza, salieron algunas anécdotas de cuando el jazz era mal visto en Cuba y considerado casi la música del enemigo, luego del triunfo de la revolución. Pablo les contaba a los músicos: “Era tremendo. Frank Emilio siempre recordaba que, en aquellos años, cuando iban a la televisión los directores de los programas les pedían, por favor, a los percusionistas que no tocasen demasiado los platillos, pues sonaba a norteamericano y no querían tener problemas”. No he visto disfrutar a nadie tanto como a Pablo aquellos días.



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