Hace casi dos décadas Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 83 años) publicó una novela, La fiesta del chivo, que trasladó a la literatura el horror histórico que se había vivido en República Dominicana bajo la dictadura de Trujillo. Con su nuevo libro, Tiempos recios (Alfaguara), que se publicará el 8 de octubre, regresa a una temática que atraviesa su narrativa como uno de los nervios centrales: los poderes desmedidos en América Latina. La historia política sigue captando la atención del escritor que antes de ser Nobel de Literatura aspiró a presidir su país de origen, Perú. En este caso le atrapó la historia del presidente de Guatemala Jacobo Árbenz, al que describe como “un presidente que quiso hacer reformas, que muchos creíamos indispensables”. “A él le montaron un golpe de Estado injusto. A los tres años [Carlos Castillo Armas, el líder golpista que se convirtió en el siguiente gobernante de Guatemala], fue asesinado, y nadie supo cómo fue que le mataron, quién lo asesinó. Hay muchas posibilidades de que estuviera Trujillo vinculado… Precisamente por La fiesta de chivo me interesaba mucho”.
El novelista sitúa el germen de Tiempos recios durante una cena en Santo Domingo hace dos años y medio. “Estaba sentado esperando para irme cuando alguien a mi lado me dijo “tengo una historia para que la escribas”. Si este señor supiera que nunca escribo algo que me piden… Pero me quedó ahí dando vueltas y estos dos años he estado trabajando en ello sin parar”, cuenta por teléfono.
La noticia de la publicación fue adelantada por el propio escritor el lunes, durante un coloquio celebrado en la Feria del Libro de Madrid en el Pabellón de la República Dominicana. Vargas Llosa explicó que el título se había inspirado en una cita de la escritora Teresa de Ávila, recogida en el Libro de la Vida (“En tiempos recios son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos”).
En un comunicado la editorial Alfaguara ha avanzado esta tarde algunos detalles del libro, donde se entrecruzan personajes reales con seres ficticios, una de las características que se repiten en algunas de las novelas del escritor. “Su publicación generará una gran conversación en torno a los juegos de poder entre Estados Unidos y América Latina”, señaló Pilar Reyes, la directora de la División Literaria de Penguin Random House, el grupo al que pertenece Alfaguara.
Al igual que ya hizo con La fiesta del chivo, Vargas Llosa funde la realidad con varias ficciones: el narrador que recrea personajes y situaciones con los personajes que trataron de controlar la política y la economía centroamericana en las décadas de los cincuenta y sesenta. “Hay un contexto bastante verídico, digamos, y dentro de él cosas imaginadas, fantaseadas, pero siguiendo el patrón de no inventar nada que no hubiera podido ocurrir dentro de ese contexto. Lo hice en La fiesta del chivo, La guerra del fin del mundo o Tiempos recios”, explica el escritor.
En los años noventa afloró la verdad sin florituras del fondo de los archivos de la CIA: el Gobierno de EE UU había impulsado el golpe de Estado que derrocó en 1954 al presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, otro de esos dirigentes latinoamericanos que intentó hacer una sociedad más igualitaria al llegar al poder. Aunque la Segunda Guerra Mundial parecía que fue ayer, los antiguos aliados ya habían roto y se habían atrincherado en bloques de hielo. La Administración Eisenhower no titubeó en recurrir a la mentira —acusó a Árbenz de abrir los brazos a los soviéticos y su comunismo— y a la conspiración —aupó al poder al golpista Carlos Castillo Armas— para tumbar al presidente guatemalteco y su afán de construir un país más justo. Ni a Einsenhower ni a la United Fruit Company, que cultivaba miles de hectáreas de plátanos en Guatemala, le gustaban Árbenz ni su reforma agraria. “No se supo realmente lo que ocurría. Hubo una muralla de papel, unas informaciones que desnaturalizaban la realidad. Mucha gente llegó a creer que Guatemala estuvo a punto de convertirse en una cabecera de playa de la Unión Soviética. Y ni siquiera hubo un solo ruso en el país en época de Árbenz. En Guatemala funcionó la publicidad como un instrumento político, algo que en esa época no se podía ni sospechar. Fue la fabricación de una realidad política completamente falsa, completamente inventada, de una ficción política que se convirtió en realidad. Otra hubiera sido la historia si Árbenz y Castillo Armas no hubieran las experiencias que vivieron”, señala el Nobel.