En el mundo, 700 millones de personas trabajan y viven cada día con menos de 3,20 dólares al día (unos 2,80 euros). De ellos, 265 millones lo hacen con menos de 1,90 dólares, es decir, son extremadamente pobres a pesar de tener un empleo. Lo dice la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Panorama social del trabajo en el mundo 2019. Las mujeres y los jóvenes son los más afectados por este problema. También por el desempleo, la desigualdad salarial y las menores posibilidades de acceder a formación. Esta realidad es paradigmática de todo lo que queda por avanzar en materia laboral para cumplir las metas establecidas en el octavo de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU para 2030, entre ellas, que todo el mundo tenga un empleo decente en esa fecha. Los progresos en este sentido y los que se prevé que se producirán al ritmo actual no son suficientes para conseguirlo.
La reducción de tasa de pobreza laboral en los últimos 25 años ha sido “rápida”, pero en los últimos cinco se ha ralentizado, según el último informe de seguimiento de los ODS de la ONU, presentado en el Foro Político de Alto Nivel que acaba de culminar en Nueva York, la cita anual en la que se evalúa la evolución hacia un mundo más justo, pacífico y un planeta habitable. El Objetivo 8, relativo al crecimiento económico y el empleo, fue uno de los sometidos a examen.
“El principal problema son las condiciones de trabajo deficientes, lo que resalta el papel central que desempeña el empleo decente y productivo para ayudar a las personas a salir de la pobreza”, anotan los autores del informe. “El modelo económico en el que nos hemos basado hasta la fecha está obsoleto. No garantiza que haya un salario de nivel aceptable para que los trabajadores lleven una vida digna. Al precarizar el empleo, se han minimizado las capacidades de negociación colectiva y ya no se tienen en cuenta los interesen de todos”, analizaba durante la evaluación Mamadou Diallo, secretario general adjunto de la Confederación Sindical Internacional (CSI). Según los datos de esta organización, dijo su representante, el 80% de los países deniegan a los trabajadores la posibilidad de organizarse y llevar a cabo negociaciones colectivas.
La otra cara del problema son los parados. “En 2018, la tasa global de desempleo se situó en el 5%, lo que corresponde al nivel anterior a la crisis”, indica el documento de seguimiento de los ODS. Sin embargo, ni todos los trabajos creados son decentes, ni se reparten homogéneamente en las sociedades. Los jóvenes (16 a 24 años, según la OIT) tienen tres veces más probabilidades de estar en paro que los adultos. El año pasado, la tasa de desempleo juvenil fue de 12%, en comparación con el 4% de los adultos. Por eso, la ONU alerta de que el talento de los jóvenes del mundo se está desaprovechando. Concretamente, la de una quinta parte de ellos que no participan ni en el estudio, ni en el empleo, ni en la formación. “En otras palabras, no están adquiriendo experiencia profesional, ni aprendiendo o desarrollando competencias a través de programas de enseñanza o vocacionales durante la etapa formativa de la vida”, describe el organismo.
Por género, las mujeres salen mal paradas: el 5,4% de ellas no tenían empleo frente al 4,7% de los varones. Entre los jóvenes, esta disparidad es aún mayor. En 2018, un 30% de las jóvenes no tenían trabajo, ni asistían a la escuela y tampoco recibían formación profesional frente al 13% de los hombres de esas edades.
Y además, las trabajadoras cobran menos. Un estudio a partir de los últimos datos disponibles de 62 países revela que el salario medio por hora de los hombres es un 12% más alto que el de las mujeres. El promedio de la desigualdad salarial supera el 20% en las ocupaciones directivas y profesionales. Este problema tiene su origen “en normas sociales rígidas y en expectativas culturales sobre el papel de la mujer en la sociedad”, analiza la ONU en su informe de progreso de los ODS. Según la OIT, solo hay una excepción: Bangladés. En aquel país, la brecha salarial se decanta en favor de las trabajadoras.
El sector privado tiene mucho que decir respecto a estos problemas. Por eso, en la mesa de discusión estaba Matthias Thorns, secretario general adjunto de la Organización Internacional de Empleadores. “Para generar empleos, necesitamos un entorno empresarial seguro”, reclamó. Criticó las trabas burocráticas para contratar o formalizar negocios, así como la corrupción en muchos países. “Si se requiere un año para constituir una empresa o hay que pagar sobornos, la gente no va a hacerlo y se quedará en la informalidad”, aseveró.
En su opinión, es también importante para los empleadores que los países respeten los derechos humanos. “Hay muchos donde está penada la homosexualidad o las mujeres no pueden participar en determinadas actividades”, criticó. Es el caso de Rusia, donde una ley, ahora en revisión, veta 456 profesiones a las mujeres. “Nuestra entidad ya ha manifestado su apoyo a los ODS. Los empleadores tenemos un papel fundamental, trabajen con nosotros”, terminó.
Las nuevas tecnologías y el empleo
“Las nuevas tecnologías son armas de doble filo: ofrecen oportunidades y empoderan a las personas. Sin embargo, la inteligencia artificial y la robótica tendrán importantes consecuencias para el futuro del trabajo”, advirtió Xiaolan Fu, profesora y directora fundadora del Centro de Tecnología y Gestión para el Desarrollo, en el hemiciclo de la ONU en Nueva York. “Casi el 50% de empleos en países desarrollados y dos tercios de los que están en vías de desarrollo se verán afectados por el avance de la tecnología”, afirmó.
“Solo las personas con habilidades y los países con infraestructuras podrán beneficiarse de la innovación tecnológica”, continuó la experta. “En África hay innovación, pero se enfrenta a trabas de falta de competencias y burocracia. Por eso, las innovaciones que allí se producen están fuera del radar”, observó. Por eso, puso énfasis en la importancia de la educación —ODS 4: educación de calidad para todo el mundo de cualquier edad— para lograr las metas del ODS 8 relativas al crecimiento económico, la productividad y el empleo decente.
Darja Isaksson, directora general de Vinnova, en Suecia, expuso las que, en su opinión, serán las consecuencias de las nuevas tecnologías. Desaparecerán determinados trabajos, pero surgirán otros. “Aunque todavía no los podamos imaginar”, explicó. “Aún así, la mayoría de profesiones durará muchos años, pero cambiarán las tareas”. Por eso, insistió en la importancia de la formación continua. Hay una lección, sin embargo, que de tan repetida ya se debería tener aprendida: “Ahora sabemos que no basta con lo que hemos aprendido hasta la fecha. Tenemos que salvar el planeta para las generaciones futuras. Necesitamos una economía circular”.