Donde el encuentro es el valor… el teatro

Agarré el libro Shakespeare, la invención de lo humano, de Harold Bloom; al azar, lo abrí en la página 516. Allí, la primera frase que encontré fue: “Shakespeare por supuesto tenía sus propias penas, bastante más en 1600-1601, cuando Hamlet quedó completo (…)”.  

 No es casual nada de lo que sucede en la vida, las penas son las que nos ponen en estados creativos, son los dolores los que nos hacen crear, pensar, soñar y tener esperanza; sin esos estados de rareza, sin esa incomodidad con la sociedad, no existiría la creación, no podríamos entrar en ese estado de ansiedad que nos permite escribir, componer, producir, llevar a escena y ritualizar. No hay creación sin miedo y angustia, no hay creación sin deseo de gritarle al mundo lo que nos inquieta.

El teatro es el lugar de la inquietud, de lo humano más allá de lo humano, no es análogo ni virtual, no es real ni imaginario, pero es todo eso a la vez, es lo contenido que sobrepasa lo natural, es lo que nos sobrepasa, porque quien escenifica no es un «yo», es un «nosotros» infinito que se expande en imaginarios incontrolables. El teatro no es un lugar, no es un espacio, es la relatividad del espacio-tiempo que nos deja una catarsis de emociones y preguntas sin respuesta.

Por eso Shakespeare escribe Hamlet al perder a su hijo único y a su padre. Y se hace la pregunta más compleja de los humanos: “ser o no ser, esa es la cuestión”.  

Es que los seres del teatro no somos, ¡existimos! Incontrolables, desmesurados, en las noches dionisiacas y en las tardes apolíneas, donde lo poético se conjuga con lo trivial para configurar un plano humano que reivindica la vida, la existencia en sus múltiples posibilidades.

Shakespeare inventa lo humano como dice Bloom, y en medio de una crisis que muestra lo frágil que es nuestra humanidad, la pregunta es: ¿qué somos? Como dice Orlando Mejía, en su libro De Clones, ciborgs y sirenas, “la pregunta por lo que somos hoy nos crea crisis”, por lo que quizá, la pregunta en este presente podría ser: ¿que es lo humano hoy? Y la respuesta, con más preguntas que certezas, sería: es todo aquello que no sea humano. Es decir, para existir hay que entender de nuevo que es la naturaleza y somos nosotros, quienes creamos y modificamos la vida en la tierra.

Todo lo que hemos creado es antinatura, hemos construido verdades devastadoras para la vida, – para nuestra propia vida- y por eso hoy lo humano, como lo conocíamos, entra en crisis; lo conocido, las verdades, deben revaluarse. Hoy, la vida es más frágil, por lo que la creación, más que nunca, debe ser un espacio para liberar nuestras oscuridades y sueños, y ahí viene la pregunta ¿cuál es el nuevo reto del teatro? No hay que tener miedo a este reto, porque si hay algo que se superponga a los cambios de pensamiento, es el teatro; ha inventado la poética aristotélica, ha creado el espectáculo romano, ha hecho existir la escena pagana medieval, ha inventado lo humano, ha creado el romanticismo y, ahora, la escena tecno-humana aparece para reivindicar la existencia.

El teatro no dejará de ser político, poético e incómodo, y ahí está el valor de lo indecible, de lo invisible que aflora para construir convivio en medio de las crisis. El teatro no es un arte, es la posibilidad de ser muchas artes, el teatro es la escena visible de lo desconocido, es el fuego que conglomera la vida, es el lugar para sentir, es memoria e innovación, y uno de los pocos lugares donde el encuentro es el valor.

Este 27 de marzo de 2020 todos esperamos a Godot, todos esperamos un extraordinario futuro, lejos del miedo colectivo y de un Fin de partida, hoy es el momento de hacer un gran homenaje a la Guadalupe años sin cuenta, al país freideliano del Hamlet de ratas retóricas, a la creación colectiva y a muchos creadores colombianos que en el silencio mantienen el ritual invisible de la cotidianidad dolorosa de un país sin pasado.

Hoy, más que nunca, el teatro vive guardando la memoria de lo olvidado, de lo excluido, de lo soñado.