Fue un niño prodigio (ciego) que se convirtió en estrella mundial a los 12 años. Es un cantante y compositor más talentosos e influyentes de la música popular del siglo XX. Como pianista y armonicista, exhibe un virtuosismo rítmico difícil de igualar. Fue pionero en investigar y desarrollar las posibilidades tecnológicas en un estudio de grabación. Es vocero de su pueblo y activo militante en causas humanitarias. En un período de cuatro años, en pleno estado de gracia creativo, firmó tres de los discos más relevantes en la historia de la música afroamericana de todos los tiempos: Talking Book (1972), Innervisions (1973) y el maravilloso doble Songs in the Key of Life (1976).
Con justicia es venerado como el autor de un voluminoso catálogo de canciones pop imbatibles e inolvidables. You are the sunshine of my life; Superstition; Higher ground; Sir Duke; Signed, sealed, delivered; Living for the City; Master Blaster; Overjoyed, Superwoman e Isn’t she lovely? La lista podría continuar hasta ocupar buena parte de la extensión de esta nota.
Stevie Wonder nació el 13 de mayo de 1950 en Steveland Morris en Saginaw, Michigan, y cuando tenía tres años su familia se mudó a Detroit. Su padrastro, Paul Hardaway, encontró trabajo en una fábrica de bagels, y su madre, Lula Mae Hardaway, limpió casas. Al crecer, desarrolló una reputación en su barrio como el niño ciego con una facilidad asombrosa para tocar la batería, el piano y la armónica. A los ocho años se convirtió en cantante solista en la Iglesia Bautista Whitestone. Finalmente, Ronnie White, miembro de Smokey Robinson and The Miracles, vio al niño actuar y notificó a Motown, el sello discográfico de las grandes estrellas de la música pop negra.
El pequeño Stevie se había jactado: “Puedo cantar mejor que Smokey”. Tenía doce años. Motown lo renombró Little Stevie Wonder, y durante 1963 el sello lanzó sus primeros cuatro álbumes en rápida sucesión. Fue número 1 del ránking de discos más vendidos en los Estados Unidos (sin distinción racial), incluso por encima de una banda de cuatro jóvenes flequilludos llegados desde el Reino Unido, conocidos como The Beatles.
En su apogeo Motown era conocida como Hit Factory (Fábrica de Hits), pero Wonder parece haber decidido desde un principio que quería un poco más que un lugar en su vidriera de novedades. La compañía pagó parte de su educación, enviándolo a la Escuela para Ciegos de Michigan, y proporcionándole un tutor en sus giras. Lo habían arreglado y pulido durante sus años de adolescencia. La política del sello era generar un ritmo frenético de ediciones singles -aquellos discos pequeños de 45 rpm- para mantener caliente la sección de “alta rotación” de las radios.
En algún momento de finales de los años 60, el joven artista decidió que su futuro residía en los tipos de declaraciones que podía hacer en álbumes de “larga duración” (incluso dobles, toda una osadía para el standard de la industria de la música afroamericana del momento). Cuando cumplió veintiún años, en 1971, según los informes, recibió un millón de dólares en pagos atrasados que Motown le debía. Se mudó de Detroit a Nueva York; y cambió la historia de su música.
Además de todo esto, es famoso por su sonrisa permanente, el tono suave en la pronunciación de las palabras, y el movimiento de cabeza al compás de la música (a lo Ray Charles, la comparación no es antojadiza). Nunca parece estar mal, todo lo contrario. Transmite euforia: en el irresistible single de ascendencia latina -parte de su nueva condición de habitante de Nueva York, cruzada por la influencia salsera de los puertorriqueños- Don´t you worry ´bout the thing se lo escucha hablar y cantar tan divertido en un estudio de grabación, como si estuviera tomando una cerveza en la esquina del barrio con sus amigos. Cuenta entre otras cosas, el periodista y escritor inglés Giles Smith en un extraordinario perfil publicado en The New Yorker en 1995, que parte de la rutina que tiene antes de acomodarse en camarines antes de un show, es hablar a los gritos -en spanglish inventado- con su manager. En la misma nota se habla del famoso cuelgue que tiene para todo: entrevistas, grabaciones, shows. Dice Smith que con una sonrisa él avisa “estoy relajándome”. Imposible, aún a la distancia, no quererlo.
Por qué lo amamos
La recomendable editorial argentina Gourmet Ediciones Musicales acaba de publicar ¿Por qué escuchamos a Stevie Wonder?, un ensayo del escritor argentino radicado en Francia Edgardo Scott que posa su mirada en las distintas facetas, etapas artísticas y grandes canciones del personaje en cuestión. “Puede –y no sé por qué aliento una suspicacia, será que toda la infancia es incierta– que el primer tema que haya escuchado, es decir, que el primer encuentro con la música haya sido una canción de Stevie Wonder. Si esa conjetura y construcción fuera cierta, ese primer tema sería en verdad I Love You Too Much. El segundo tema de In Square Circle. Yo tendría siete años. Año 85”, escribe Scott en la introducción que, a su vez, está antecedida-presenta-advertida por una frase de Oscar Wilde: “La música nos revela un pasado imaginario que sin embargo es real”.
Entre los recuerdos de su infancia y un bucle largo de razonamientos, observaciones y percepciones de la música de Stevie Wonder, el escritor construye un ensayo que -en sus palabras- elude cierta rigidez propia del género. “En general me dejo llevar bastante por la intuición. Trato de buscar qué tipo de corte, qué tipo de estructura voy a usar. No me gusta el ensayo-monografía o al estilo académico que a veces se vuelve lineal, con sus párrafos largos y los razonamientos que se van encadenando. No me parece que ese estilo tenga hoy, una mejor recepción diría… Entonces voy buscando maneras de ir troquelando la escritura. En este caso me sirvió la playlist, la lista de temas. Así se arma el libro. Una intro, lista de temas, apartado final. Es una antología tramposa, porque en la entrada de cada canción a veces termino hablando de otros temas, los que surgen de una asociación libre con esas canciones”, le cuenta Scott a Infobae Cultura desde su casa en las afueras de París, cuando allí es casi medianoche, su hijo duerme y en Buenos Aires recién se ha ocultado el sol del otoño.
Scott, que en su vida “porteña” fue músico también (“toqué el piano, el bajo, canté en varias bandas menores”) eligió un camino que -en sus palabras- se plantea como “rara continuación” de su elogiado libro anterior, otro ensayo, titulado Caminantes. “Me parece que la escritura del ensayo, mi manera de hacerlo, tiene bastante que ver con ese libro. Cruzar una escritura que podemos llamar crítica -que viene de mi tarea de crítico literario- y del ensayo más abierto, libre. Es una especie de ideario estético mío por un lado, y por el otro es la deriva generada a partir de la escucha de todas esas canciones y las imágenes de mi vida que se me disparan en el mismo momento”.
Para ellos, repite en varias oportunidades durante el desarrollo del texto la palabra “emoción” vinculada a la música de Stevie Wonder. De cómo la expresa, y también, lo que genera en el oyente. “Stevie trabaja en un nivel de emoción muy alto, escribo en el libro. Creo que esto sucede a contramano de cierta tendencia en boga, no sé, en el rock indie, el arte, mismo en la literatura… Formas de expresión contemporáneas que intentan bajar esos niveles de emoción. La música de Stevie Wonder y la forma en que elegí escribir de ella, va justamente para el lado contrario”, afirma.
Hubo una vez en Buenos Aires
Para sus miles de fanáticos en este lado del mundo, el 12 de diciembre de 2013 se cumplió un sueño. Por fin, después de tanto tiempo, Stevie Wonder tocó en Buenos Aires. Fue en el estadio de Vélez, en una noche hermosa de cielo estrellado y temperatura templada, anticipo del verano que ya estaba por llegar.
“El músico norteamericano tocó por primera vez en la Argentina en 50 años de carrera”, detalló Infobae en una crónica firmada por Emilio Zavaley. De aquella noche, además de memorables versiones de todas las canciones que la multitud había ido a escuchar -no faltó ninguna- se recuerda especialmente el momento en que la leyenda invitó a Emmanuel Horvilleur y Dante Spinetta a subir al escenario y compartir Do I Do con él, mezclado con las rimas de Abarajame la bañera, hit de los 90 de Illya Kuryaki and the Valderramas. La emoción de los jóvenes músicos argentinos, criados según una dieta saludable de música afroamericana de todos los tiempos desde la cuna, aquello fue tocar el cielo con las manos.
Siete años después de aquel momento inolvidable, Horvilleur lo recuerda como parte de “una noche perfecta”. Bien vale su relato cronológico para tratar de percibir la emoción que significó para ellos y de paso, la enorme generosidad y respeto profesional que tiene semejante músico. “Fue increíble. El día anterior al show, Dante fue a la conferencia de prensa, lo saludó y alguien le comentó que en diferentes ciudades del mundo Stevie invitaba a un músico local… Dante le contó que habíamos grabado con Earth, Wind & Fire hacía poco tiempo, le chapeó un poquito con los Kuryaki y él le dijo ´¡Genial! ¿Conocés Do I Do?´ Dante le dijo que sí, por supuesto. ‘Bueno, vénganse mañana a la prueba de sonido y la pasamos’ le respondió”, arranca contando el cantante porteño.
Y sigue el relato de una de las grandes anécdotas de su vida. “Yo había ido a jugar al fútbol, Dante me llama y me cuenta eso… ‘Che boludo nos llamó un asistente de Stevie, nos esperan en Vélez’. Fuimos (vale aclarar que soy fana de Vélez así que ya estaba extasiado de estar con él en la cancha de mi equipo, con solcito, tocando, probando sonido). Era hermosa la situación”, sigue. Hasta que llegó el momento cumbre. “Estábamos al costado del escenario, viendo a un tipo que debe ser uno de los músicos que más escuchamos en nuestras vidas… De pronto escuchamos ‘¡Dante, Emma, come on!’ ¡Stevie Wonder dijo mi nombre! Rapeamos algo de ‘Abarajame’ sobre la canción, una cosa medio mash up para compartir. Fue muy generoso, dulce, divino”.
En el final de su historia Horvilleur revela con emoción (esa palabra) que, al margen de todo eso, “fue uno de los mejores shows que vi en mi vida. Una noche perfecta. Me quedó un recuerdo muy loco que habla de la grandeza de una persona, que además es no vidente. Después del recital se la pasó sacándose fotos con todos los que le pedían, justamente sin poder ver quiénes eran… Tengo el recuerdo de un tipo que estaba brindándose hasta el último momento. Siempre que lo veo, me transmite lo mismo. Amor…”