Martes, 22 de Abril del 2025
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Las palabras, otra forma de patria

Publicado el 25/04/22

Todas las efemérides tienen una razón. Por ejemplo, la escogencia del 23 de abril como el momento en el calendario para celebrar el idioma se remonta a 1923 cuando el periodista y escritor valenciano Vicente Clavel Andrés –afincado en Barcelona, España– propuso tal fecha como la ideal para promover la industria editorial. En un primer eslabón, el día recibió el nombre de Día del Libro Español. Por supuesto, el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes fue un elemento clave para tal decisión. El siguiente país de la esfera hispanohablante en asumir el festejo fue Colombia, cuando en 1938 el presidente Alfonso López Pumarejo –mediante un decreto– instauró la fecha como un hito en el calendario nacional. De ahí en adelante, el resto de Hispanoamérica la asumió al punto de ser un hito para el mundo de la academia y el gremio de los editores.

El 23 de abril es el día del idioma castellano. Los demás tienen sus propias efemérides. El 20 de marzo es el del francés, el 20 de abril es el del chino, el 6 de junio el del ruso, el 18 de diciembre el del árabe. El inglés también se celebra el 23 de abril por la extraña coincidencia de que sea la fecha del nacimiento del dramaturgo William Shakespeare. Tremendo punto en común: los escritores más importantes del inglés y del castellano (Shakespeare y Cervantes) están unidos no solo por la creación de una obra de enorme importancia histórica y cultural para sus respectivas culturas, sino también por el nacimiento del primero y la muerte del segundo.

Sociedad grafocéntrica

El lenguaje fue el núcleo de la reflexión de la filosofía del siglo XX. Sin él los lazos sociales que posibilitan la convivencia humana serían imposibles. Hasta cierto punto la sociedad es la consecuencia lógica del lenguaje. Y dentro de la complejidad del lenguaje existen los textos: manifestaciones lingüísticas de un fenómeno muy profundo. Los textos nos acompañan desde el origen mismo de la civilización y están presentes en todas las actividades humanas, desde las más pequeñas –el intercambio de mensajes en la oficina o con la familia– hasta las más encumbradas y complejas –las legislaciones, los relatos fundacionales de las religiones, el recuento del pasado y las ilusiones del futuro–. Tal realidad es tan apabullante que el pensador W.J.T Mitchell llegó a insinuar que la misma realidad es un texto, o al menos la forma en la que el cerebro entiende el mundo. La mente le da un orden al caos del mundo y lo somete a la lógica del lenguaje. Por tal motivo, no hay nada humano que no pueda ser atrapado por las palabras. O al menos transformado en un balbuceo.

Las primeras manifestaciones de los textos se remontan, según los historiadores, a las rudimentarias proto-escrituras (primeras escrituras) chinas, egipcias y caldeas. La escritura Jiahu –llamada así por la región en la que fue descubierta– se ha fechado en los años 6000 a 6200 a.C. Se trata de pequeñas marcas inscritas en los caparazones de las tortugas. Sin embargo, no ha podido ser descifrada porque el código lingüístico se perdió para siempre. Más conocidos, los jeroglíficos fueron un sofisticado sistema de escritura inventado por los antiguos egipcios. Durante siglos se pensó que se trataban de pinturas a la manera occidental hasta el descubrimiento en 1799 de la famosa piedra de Rosetta, un vestigio arqueológico que presentaba un mismo texto escrito en jeroglífico, egipcio demótico y griego antiguo. Tal pista sirvió de llave para que el francés Jean-François Champollion –considerado el padre de la egiptología– descifrara el código de los egipcios. De esa manera, como por arte de magia, lo que hasta entonces se asumió como adornos en pintura reveló su verdadera naturaleza. La tercera escritura más antigua es la cuneiforme. Con más de tres milenios de historia, la cuneiforme sirvió de base para los idiomas del Asia central. Se trataba de pequeñas marcas hechas en tablas de arcilla. La escritura es una forma de postergar el olvido. Hoy conocemos las gestas, los amores y los sueños del pasado porque alguien los escribió en una piedra, en una pared, en un papiro o en un papel. La historia de la humanidad es la historia del lenguaje.

¿Y el futuro?

El lenguaje evoluciona, es cambiante. Cada generación encuentra los símbolos para dar cuenta de su paso por el planeta y dejar registro de las empresas que la atormentaron. El creciente intercambio mundial y las conexiones entre culturas propiciadas por la tecnología han hecho que los diferentes idiomas asuman nuevos rostros, se enriquezcan por el contacto con realidades lingüísticas distintas. Hoy, por ejemplo, buena parte de los habitantes de las regiones fronterizas de los Estados Unidos con México habla un idioma que es un cruce entre el inglés y el castellano: el Espanglish. También, los dispositivos de intercambio de información han hecho que los emoticones adquieran valores comunicativos universales. Por tal razón, las unidades lingüísticas más compartidas en redes sociales o servicios de mensajería instantánea son estas pequeñas caras que alguna conexión ancestral tienen con los pictogramas y los jeroglíficos. Estas dinámicas son tan así que la misma ortografía ha ido transformándose. A pesar de los dolores de cabeza que esto produce entre los profesores y los padres de familia, los jóvenes reinventan el castellano, el inglés, el francés. Acercan los idiomas a sus necesidades comunicativas, los hacen dúctiles a sus exigencias y formas de habitar y ser en el mundo



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