BOGOTÁ, 10 de Abril del 2025.- La reciente explosión en una mina asturiana ha reabierto un debate urgente: ¿cuál es el verdadero precio de la energía que consumimos? Más allá de los costes económicos y medioambientales, existen consecuencias humanas que rara vez ocupan titulares. En pleno siglo XXI, seguimos extrayendo carbón en condiciones que algunos califican de inaceptables. ¿Qué responsabilidad tienen las instituciones, las empresas y los consumidores ?
La tragedia ocurrida en la mina de Cerredo, Asturias , ha puesto en evidencia las condiciones de trabajo a menudo invisibilizadas en el sector del carbón . Dos trabajadores perdieron la vida por una explosión de grisú , un accidente evitable si se hubieran cumplido estrictamente los protocolos de seguridad . Sin embargo, este tipo de incidentes no es nuevo: se suma a una larga lista de accidentes mineros que siguen ocurriendo a pesar de décadas de avances técnicos. ¿Cómo es posible que una industria tan peligrosa siga operando con estándares laxos?
Lo más preocupante es el silencio institucional . Las autoridades se han limitado a comunicar su pesar ya prometer una investigación , pero sin plantear reformas estructurales . Ciertas zonas de España aún funcionan bajo una lógica de rentabilidad inmediata , dejando en segundo plano los derechos laborales y la vida misma de quienes trabajan en la extracción del mineral .
Además, persiste una narrativa mediática que minimiza la peligrosidad del carbón como fuente de energía. Se habla de seguridad mejorada , de avances tecnológicos , pero no se menciona que el carbón sigue siendo una de las fuentes más peligrosas , tanto por su aumento de la huella de carbono como por el riesgo directo que implica.
Aunque se habla constantemente de transición energética y descarbonización , lo cierto es que el carbón no ha desaparecido de la mezcla energética española. Según datos recientes, esta fuente sigue aportando una parte no despreciable de la electricidad que consumimos , especialmente en momentos de crisis energética o alta demanda. ¿No es una contradicción mantener viva una industria que tanto se intenta relegar al pasado?
Lo paradójico es que mientras se promueven las renovables , se mantienen subvenciones indirectas o se permite operar a minas que deben estar clausuradas por falta de condiciones seguras . Además, hay comercializadoras que también son parte del problema, ya que:
Compran energía producida con carbón cuando les resultamás barato.
No se considerará elorigen ni el impactode esa decisión.
Perpetúan una lógica deconveniencia económicaen detrimento delbienestar socialy ambiental.
El caso asturiano revela también la falta de auditorías rigurosas y de una supervisión constante de las minas. Esto no solo expone a los trabajadores a riesgos evitables , sino que además envía un mensaje peligroso : que el carbón todavía tiene cabida , incluso si su costo humano y ambiental es elevado.
El accidente en la mina de Cerredo podría ser el punto de inflexión para replantear seriamente el papel del carbón en España, pero para eso haría falta voluntad política y presión social . De momento, ni una cosa ni la otra parecen estar en el horizonte inmediato, y el patrón se repite: los impactos negativos recaen en los trabajadores, mientras las empresas continúan beneficiándose de un modelo energético basado en combustibles fósiles .
La pregunta clave es: ¿vale la pena seguir extrayendo carbón cuando ya existen alternativas que permiten un consumo energético más seguro y sostenible ?
A medida que se intensifica la crisis climática , seguir apostando por el carbón no solo es incoherente , sino peligroso. No basta con impulsar fuentes energéticas limpias como la solar, la eólica o el hidrógeno verde, hay que dejar atrás sectores como el del carbón, que aentan contra la salud, el medioambiente y la dignidad humana . Lo ocurrido en Asturias no puede quedar como una anécdota más .